LA PAZ MENTAL: OTRA CARA DE LA BIPOLARIDAD

Por Mónica Natalia Jiménez López
México (Aunam). — Mi hijo tiene bipolaridad, ha intentado por más de tres años ingresar a la universidad y por su diagnóstico no lo aceptan. — Fueron las palabras que Ana Lira me compartió cuando hablamos por teléfono un día antes de conocernos. Ella es facilitadora de la asociación “Voz Pro Salud Mental”. Le pedí que me permitiera asistir a una de las sesiones de apoyo. Accedió en cuanto le conté que quería realizar un reportaje para contribuir a romper los prejuicios sociales sobre este padecimiento.


Al día siguiente, a pesar del tráfico, llegué diez minutos antes de la cinco. Entré al atrio de la iglesia de Santa Mónica donde se llevaría a cabo el curso a dos cuadras de Mundo E. Noté que el espacio era reducido. A la izquierda se encontraba la oficina parroquial y frente a mí estaba la entrada al templo.

Llegó un joven que vestía un pantalón azul marino y una camisa blanca, llevaba puestos unos lentes de sol y traía un portafolio. — ¡Hola! ¿Vienes a la clase? — preguntó. Le dije que sí y le expliqué que quería realizar un reportaje. Él me aclaró que también iba a clase pero no por tener algún diagnóstico, — vengo aquí para conocerme a mí mismo — fueron sus palabras. Se llama Alexis, pero en el grupo es mejor conocido como “Luis”.

Casi al mismo tiempo llegó una dama acompañada de un hombre de gran altura, de cabello blanco y expresión tranquila. Detrás de ellos venía un joven de alrededor de 20 años, robusto, alto y usaba lentes. La mujer se acercó a “Luis” y lo saludó. — Hola, Ana — él le dijo. Ella era la mujer con la que hablé un día anterior. Venía acompañada de Daniel, su esposo, y Juan, su hijo.

Nos presentamos y me invitó a pasar al salón. Éste era blanco, con una gran ventana que iluminaba toda la habitación. Había un pizarrón en el costado derecho y un crucifijo al centro de la pared. Había alrededor de 15 butacas. Poco a poco fueron llegando más estudiantes. Me senté al fondo del salón para tener una mejor perspectiva.

Yo pensaba pasar inadvertida en la sesión, no obstante, Ana me presentó ante el grupo y les platicó el motivo de mi presencia. — No los entrevistará, no se inquieten— les dijo a los asistentes para evitar que se incomodaran. Les agradecí que me permitieran participar y comenzó la sesión.

Ana me dijo que era necesario realizarme una transferencia de energía. Coloqué mi mano derecha en mi frente, la izquierda sobre mi cráneo y cerré los ojos. La facilitadora me pidió que me relajara. No sé si fue por mentalizarme, pero una sensación de ligereza invadió mi cuerpo. Acto seguido, todos meditamos por cinco minutos. De acuerdo con la técnica del psicólogo Francisco Santana Lim, llevamos nuestra energía de un punto del cuerpo a otro gracias al poder de nuestra mente.

Una vez concluida la meditación, se procedió a iniciar la sesión. Cada uno llevaba una carpeta que en la portada decía “¡Tierra a la vista!”, que es el nombre del curso. Ana recordó cuál fue el tema de la clase pasada y les preguntó a algunos de los presentes cómo fue su semana. María, una chica de 30 años cuyo diagnóstico era esquizofrenia, presentó algunos pensamientos obsesivos, pero los logró controlar y llevaba su control en la bitácora.

La facilitadora nos recordó la importancia de realizar las meditaciones y ejercicios, a la par de la ingesta de los medicamentos. — Entre más en paz estemos, estaremos más ligeros. — Le cedió la palabra al doctor Daniel quien se encargó de explicar cada uno de los síntomas de este padecimiento. Les pidió a algunos de los asistentes que le ayudaran a leer.

Galilea, una chica delgada, de 20 años, con el mismo diagnóstico que María, tuvo una duda. Sus manos le temblaban al hablar y su tono de voz era muy bajo. Mientras leíamos, llegó Joel, un señor de 36 años, robusto, de estatura baja, ojos verdes y tez apiñonada que padece trastorno obsesivo compulsivo.

Ana retomó la dirección del grupo. — Como ustedes ya saben, Juan, mi hijo, está diagnosticado con bipolaridad. No ha sido fácil, él sufre periodos de depresión y de manía. Los primeros años me esforzaba al máximo y esperaba que superara el padecimiento. Pero esto no era, ni es posible, uno debe aprender a vivir con el diagnóstico y hacerle frente— dijo al grupo.

Asimismo mencionó que Juan adoraba las películas de Rocky Balboa y que él nos quería compartir un fragmento de un diálogo que le gustaba mucho. El joven se puso de pie y su cara se iluminó al pararse en frente del grupo. Sonrió y comenzó a hablar: — Yo les compartiré la escena en la que Rocky recuerda las palabras de su entrenador.

Comenzó a enunciar pero hablaba demasiado rápido. — Más lento, Juan, recuerda que debes hablar despacio —, le dijo su madre. Éste es uno de los síntomas de la bipolaridad. El joven terminó el diálogo y dijo: — Lo que les quiero transmitir con esto, es que dejen que todo fluya. No se empeñen en luchar solos ya que poco a poco se perderán a ustedes mismos. Luchen apoyados de sus seres queridos— Cuando Juan terminó de hablar todos comenzamos a aplaudir.

— Me gustó más lo que vino de tu ronco pecho que lo que repetiste de la película — le dijo Paty, una señora de 50 años cuyo diagnóstico era esquizofrenia. Ana intervino y nos compartió que cuando su hijo tiene fases difíciles, se encierra en su cuarto y escucha una y otra vez la grabación de la escena que nos compartió minutos atrás. — Esto es lo que le ayuda a salir de la adversidad— nos comentó.

Se continuó con la descripción del tratamiento y Ana comentó en qué región cerebral se originan las emociones. Además mencionó que el secreto es mantener el estado de paz para estar protegido. Hubo un descanso de 10 minutos para comer galletas y tomar café. Eran las 7, ya había oscurecido y se comenzaba a sentir frío. Al regresar formamos dos equipos para compartir nuestras experiencias.

Juan comentó que lo que detonó su padecimiento fue un evento muy doloroso cuando estaba en el segundo semestre de la vocacional, no dio detalles de dicho suceso. Éste lo hizo sentirse muy solo y culpable, así estuvo por año y medio hasta que decidió buscar ayuda. El primer diagnóstico que le dieron fue esquizofrenia, pero los tratamientos no le ayudaban. Tiempo después se dieron cuenta que lo que padecía era bipolaridad. El joven había tenido una crisis de depresión.

Juan nos dijo a todos que lo que él recomienda es hablar con el psiquiatra sobre todos los síntomas que se presenten, hacer ejercicio y no dejar de tomar la medicina por ningún motivo. No obstante, el punto más importante es procurar tener estabilidad emocional. Este curso no tiene como objetivo compadecer o sufrir. Ana mencionó que la misión es hacer que las personas con diagnósticos diversos de trastornos mentales sepan el poder que hay en ellos mismos para controlar sus emociones y no sentirse indefensos ante las circunstancias.

Uno de los primeros pasos para terminar con los prejuicios sociales sobre este tipo de padecimientos es reconocer que las personas que viven con estos no son personas incapacitadas que deban ser excluidas. Con el tratamiento adecuado y la terapia pertinente, se puede lograr un control aceptable de sus emociones y ser miembros activos en la sociedad.

Para finalizar la sesión cantamos Color esperanza. Acomodamos las bancas y me despedí de cada uno de ellos. Observé un dibujo en la carpeta de Antonia y le dije lo hermoso que estaba. Todos lo admiraron y ella dijo: — A veces, cuando me siento mal, me pongo a colorear, eso me relaja y me hace sentir que por fin puedo decir: ¡Tierra a la vista!






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