UN CARIBE CHILANGO

Por Jair Avalos López
México (Aunam). Hubo vallenato, cumbia, salsa, silbatos y timbales. Mujeres de cintura seria y caderas alegres. El Carnaval de Barranquilla, emblema de la fiesta colombiana, se realizó en su edición 2016, a un costado del Monumento a la Revolución, en el Centro de la Ciudad de México.

Para la celebración se instalaron dos carpas blancas y un escenario de mediana magnitud, apenas metro y 10 de alto, cinco de ancho y tres de fondo, el cual fue adornado con mariposas de papel crepé y de papel de china de tonos amarillos, azules y rojos. Los colores de la bandera de Colombia.


La Comunidad colombiana en México realiza año con año, desde su fundación hace 32 años, la fiesta de la carne. Para la presidenta del Patronato Carnestolendo, Dana Hasay Arteaga, “el único objetivo del festejo es que los jóvenes no olviden sus raíces sudamericanas”.

-Hay una reina y un rey ¿Cómo los escogen?
-Pues se postulan dentro de la asociación y se eligen por medio de likes en nuestra fanpage. El único requisito para ocupar ese puesto es que sean personas nacidas en Colombia. Es nuestro Caribe Chilango. – dijo la presidenta.

Dana Hasay se movía de un lugar a otro constantemente. Se cercioró mediante llamadas telefónicas que las autoridades culturales de la delegación Benito Juárez no les cancelaran el servicio de luz eléctrica hasta pasadas las 10 y media de la noche del sábado 27 de febrero.

-Es que si no nos ponemos abusaos nos cortan la energía y adiós carnavalito.

Esa población sudamericana es una de las más influyentes en México. Desde el mandato derechista del presidente Julio César Turbay de 1978 hasta el 82, muchos intelectuales perseguidos huyeron de Colombia. Sin contar cuando Pablo Escobar Gabiria le declaró la guerra al Estado Colombiano, en 1984, y la migración se agudizó.

Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) habitan cerca de 13 mil 922 colombos en el país dispersos entre la sociedad del águila y la serpiente, para contagiar con su peculiar acento y su forma de hablarle a la gente de usted.

Manjares sudamericanos


El aroma de los platillos colombianos, bolivianos y peruanos que se ofrecieron sedujo por la nariz a los transeúntes. Desde uno de los extremos de la plaza se distinguían las empanadillas de queso, las papas rellenas de carne de res, arroz y queso; plátanos machos amasados y vueltos una pelota rellena de queso, servida con arroz y frijoles.

Atrás de un mostrador, unas negras de piel hipnótica, de un metro 80 de estatura con unos vestidos rojos de motas blancas, sirvieron por cincuenta pesos un viaje alimenticio por las tierras del río de la Magdalena.

El vapor de la comida boliviana llenó la carpa. En una plancha de cocina industrial se asaron bisteces, T-Bones, chuletas y chuletones de cinco centímetros de ancho, que se sirvieron a modo de un emparedado.

-Oiga – decía un hombre de mediana edad a una mujer anciana – Si tiene hambre no vaya a comprar comida peruana. Mire que feo está el lechón que sirven, el pellejo está muy grueso – mientras lo dice, revuelca con la cuchara un trozo de carne horneada por el platoncillo.
-Mijo, mejor hubiera comprado una arepa é huevo, que están más baratas y más ricas – respondió la mujer.

El evento se retrasa

Ya eran las cinco y media de la tarde y la reina electa del 2016 aún no llegaba. Los organizadores corrían de un lado a otro. En especial Martha Lucía Garsón Sarasty, mejor conocida como Lucy Garsón.

Lucy Garsón llegó a México por una convivencia internacional de deportistas y folkloristas en el sexenio de Luis Echeverría Álvarez. En ese encuentro se enamoró de quien sería su compañero por 40 años, José Luis Pérez Suárez.

El matrimonio fundó la asociación Colombianos en México y el ballet Estampas Colombianas, con el que promovieron las danzas típicas de las diversas regiones de esa patria. Y en 1984 comenzaron a festejar el primer carnaval barranquillero.

“Creo que no tengo motivos para dejar de hacerlo. En México encontré el amor, la vida que en mi país no hubiera podido encontrar. Aquí viví plena”, dice la mujer de más de 70 años.

El pants blanco de Lucy suena con la fricción. Las mejillas se le sonrosan más. Esa mujer flaca da una vuelta y otra y otra, supervisa los detalles de sus bailarines, vestuario y música, sonido y tiempos. Mientras ella hace su labor, el Sultán de la Salsa ameniza el rato.

-Para el barranquillero que baila arrebatao. Para el mexicano que se le ha pegao. Para las zonas que se han unido, cada uno tiene su tumbao – el tremendo caché de aquel vocalista de raza colomboafricana instó a los asistentes a gritar y bailar canciones como No le pegue a la negra, Llorarás y algunos éxitos de Celia Cruz. Era imposible no verlo, llevaba además un saco azul eléctrico con una corbata de moño color roja.

La reina a coronar, Tatiana Fernández llegó. Los bailarines se dispusieron a terminar su calentamiento y su arreglo indumentario.

En algunos aspectos, a Lucy Garsón no la melló su viudez en noviembre del 2015. Se vio más preocupada “por la realización del carnaval que por la pérdida de su compañero”.

-Señora, ¿pero cómo le hace para no sentirse mal, si dice que fue su compañero de vida?
-A ver – dijo con un tono más cortante – yo soy psicóloga especialista en Gestalt y tengo una forma de vivir. Yo vivo el aquí y el ahora. Por eso estoy tan serena, porque tengo una misión en la vida y en este momento se llama Carnaval de Barranquilla en México – respondió con un triunfalismo cuasi creíble, de no haber sido porque sus ojos se enrojecieron y se aperlaron.

“El gran Gabito”

En los bailes no faltó la figura del colombiano más famoso que radicó en la Ciudad de México. Gabriel García Márquez bailó en las diferentes sedes del espectáculo recreativo.

-Cuando murió Gabo – explicó Garsón– pidió que no lloráramos su muerte. Quería alegría y música. Nosotros llevamos a un trompetista, y mi esposo y yo nos pusimos a bailar con su música, hasta que nos corrieron del Bellas Artes.

Varios intelectuales de la comunidad colombiana en México, como el autor de Cien años de soledad, promovieron la realización del festín que originalmente inicia cuatro días antes del inicio de la Cuaresma, desde 1829 así se hace en Colombia.

“Gabo nos mandaba mucha gente para admirar el evento. Por lo general siempre se terminaba metiendo a bailar o bailaba con su mujer. O terminaba bailando con quien se dejara – se ríe – Así era el gran Gabito”.

Para la seis de la tarde tuvieron que suspender la participación de otros grupos musicales. “Si no, nunca va a iniciar la coronación”, decían las organizadoras.

Y comenzaron con un repertorio de cumbia tradicional colombiana. El ruido del clarín aderezó la presentación. Algunos hombres subieron al estrado con su pantalón de manta, un morral cafetalero y su sombrero vuelteao, que es el sombrero tradicional de la zona costeña. Y las mujeres con sus vestidos adornados con escarolas de colores.

Tatiana Fernández, una chica de apenas 16 años, dictó su bando real.

-Yo deseo que en mi era,
no se acabe la diversión.
Lo deseo de corazón,
que nadie se quede fuera.

Ese versito lo acompañó con un movimiento de cadera. Hubo un grito de los caballeros, consecuencia lógica del agua de maracuyá que había surtido efecto. No por nada también se le conoce como Fruta de la Pasión.

“Aquí nadie me quita la corona”



Con los ritmos salseros, el vallenato y la cumbia, los integrantes de Estampas Colombianas dieron muestra de cómo se baila en el Caribe. El meneo de las caderas, tanto de hombres como de mujeres, idiotizaba.

El rey feo, Julián Rueda, subió luego de varios números. Fue coronado por la sultana de ese año, aunque sin las mismas reacciones del público.

Tatiana agregó a su bando real:

“Ordeno que en cada esquina, a punta de zapateo, se rompan las baldosas y las mujeres nos pongamos guapachosas. Que los timbales retumben a toda hora y las maracas se apoderen del sol en todas partes (…) se los ordena su reina que está de mandona, y esto no es Miss Universo, aquí nadie me quita la corona”.

Para ese entonces, los músicos y bailarines bajaron e hicieron el recorrido por la plaza del monumento a la Revolución. Aunque hubo luz para el encuentro, alrededor dominaba la penumbra. Eso no los detuvo, se alumbraron con uno trozos hechos de seis veladoras amarradas con un listón.

“El que reza y peca, empata”, dicen los barranquilleros para dar pie a la fiesta, a la bebedera y a la bailadera, que sólo se cura con el inicio de la cuaresma.

Fue la primera vez que el Comité se arriesgó a hacer su jolgorio en el Monumento a la Revolución. En 2015 fue en Tlatelolco y no tuvo la misma convocatoria.

Juanito Carnaval, personaje que engloba la festividad, fue enterrado ese mismo día. Así acabó la recreación del Carnaval de Barranquilla, pero no de la fiesta. Ese grupo de caribeños, citadinos y uno que otro europeo se siguieron con el son cubano que ahí tocó, pues como ellos gritaron: “hay que beber, reír y cantar, ¡Que el mundo se va a acabar!”.




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