EL DESCENSO DE LOS ÁNGELES EN LA CIUDAD DE MÉXICO


Por Raúl Gerardo Parra Rosales
México (Aunam). Más de un centenar de adultos acoplados en parejas se balancean al ritmo del son tropical en el salón de baile más antiguo de la Ciudad de México. Hay algunos jóvenes, pero casi todos llevan más de medio siglo a cuestas. El pelo cano y las grietas en la piel los delatan. Ellos visten pantalones de casimir y camisa; ellas prefieren los vestidos coloridos y los tacones.

El Salón Los Ángeles fue fundado en 1937 y desde entonces ha acogido a los amantes de la cumbia, la salsa, la rumba y el danzón. En su época de esplendor, hace ya varias décadas, recibía a miles de personas cinco días a la semana y llegó a contar con la presencia de personalidades como Diego Rivera, Frida Kahlo, Cantinflas, Resortes, Tin Tan, “El Che” Guevara y los hermanos Fidel y Raúl Castro. Pero hoy la realidad es distinta, el Ángeles atraviesa por una situación difícil.

“Ha bajado mucho”, dice Alberto García, mejor conocido como “Juanito”, en relación con la afluencia de gente al salón. Un vistazo al recinto confirma la aseveración realizada por un hombre que vigila el salón como un cancerbero. Hay poca gente, y conforme los minutos se vuelven horas, cada vez menos. “La tradición no se ha perdido, más bien se han abierto muchos salones y ahora la gente se divide”, argumenta.

Una enorme nave de aproximadamente 250 metros de largo, otrora almacén de camiones y costales de carbón, conforma la parte central del salón, que es donde se ubica la pista de baile. Al frente está el escenario casi teatral ocupado por el grupo musical Fuerza Matancera, y al costado izquierdo, la dulcería. Hoy el apogeo llega a las seis de la tarde, y a partir de entonces, el ambiente va en detrimento.

“Yo llevo aquí 25 años”, asevera “Juanito”, un hombre afable y moreno, de pelo cano y bigote. “Antes teníamos que usar las escaleras para guardar las cosas hasta allá arriba, hoy muy apenas se llenan ésos”, comenta refiriéndose a los escuetos estantes del guardarropa, un claro indicio del declive en la asistencia al Ángeles.

Las parejas coordinan sus movimientos mientras dura la canción. Cuando culmina, la mayoría se dispersa y vuelve a sus asientos; aunque algunos aguardan en la pista el inicio de la siguiente. Segundos después, cuando eso sucede, se levantan y vuelven a sacarle brillo a la pista. Este proceso se repite como un bucle durante más de cinco horas.

Antaño, hace más de 25 años, el Ángeles congregaba a mínimo 2 mil personas cada martes, jueves, viernes, sábado y domingo. Después de un tiempo se volvió insostenible mantenerlo funcionando tantos días, por lo que se redujeron a tan sólo dos: los martes de danzón y los domingos de tropical, cada uno de los cuales recibe actualmente a 400 personas en promedio.


En la víspera de las cinco de la tarde del domingo 6 de marzo del 2016, los entusiastas del ritmo tropical comenzaron a aproximarse a las taquillas del salón. Por la módica cantidad de 40 pesos, pudieron ingresar al lugar donde se filmó la película Danzón, de María Novaro. Juanito ya los esperaba al interior, en su posición de guardián de las pertenencias ajenas mientras los asistentes lucen su repertorio de pasos sobre la pista.

En el escenario, Fuerza Matancera, que no era de Cuba, sino de México, tocó hasta las siete de la tarde. El Grupo Beté lo relevó y prendió el ambiente, hasta dar paso a Los Hechiceros de la Cumbia a partir de las ocho. Al lado derecho de la pista, bajo una bóveda celeste, los suplentes esperaban sentados en la banca el momento de entrar en acción.

Juanito dejó sus responsabilidades por un rato y le encargó el changarro a un compañero para ir a bailar. Al estar en pleno agasajo corporal no pudo evitar sentir melancolía por encontrarse rodeado de tan poca gente. Sin embargo, al recordar que la tradición del baile sigue vigente en la Ciudad de México y que el Salón Los Ángeles, que ha sido su casa por un cuarto de siglo, sigue funcionando a 79 años de su fundación, esbozó una sonrisa y exclamó: “Aquí la gente viene a bailar”.

Tras concluir su sesión de baile, Juanito volvió a su trinchera y aguardó impávido hasta que el último bailarín abandonara el salón. Cuando el momento llegó, ya pasada la medianoche, se dispuso a cerrar las puertas. Una vez más, como todos los días con excepción de los jueves, fue el primero en llegar y el último en irse.


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