GAY AND WOMEN´S CLUB: STRIPPERS PARA LA NOCHE


Por Karina López Gaona
México (Aunam). Luces neón emanan de las lámparas que se encuentran en las esquinas del escenario. El DJ hace sus mejores maniobras en la consola para crear la mezcla con el sonido que ponga a bailar a todos. Un hombre ofrece un espectáculo, él es rubio y tiene el abdomen desnudo; toma las manos de una visitante del antro- bar Kinky y las guía por sus pectorales.

El establecimiento inaugurado hace cuatro años, y ubicado en la esquina de Avenida Reforma y Amberes en la Ciudad de México, cuenta con tres conceptos diferentes: bar, karaoke y antro. Es un centro de reunión nocturna dedicado a parejas homosexuales y una que otra mujer heterosexual.

Los grupos de amigos, parejas y los forever alone son cateados por una mujer antes de subir las escaleras en forma de caracol que llevan al bar. Las paredes rojas y las luces del mismo color iluminan a los cinco bartenders semidesnudos; solo portan jeans que dejan ver el logotipo de sus boxers Calvin Klein.

Los cinco modelos son la principal atracción del antro-bar gay: sirven micheladas y gomichelas en vasos de unicel con capacidad de un litro. En la esquina opuesta de la barra dos bartenders profesionales visten playeras negras y se encargan de preparar las bebidas de cocktelería. Detrás de éstos, en un estante de madera con repisas están los vasos y copas de vidrio, así como botellas de Vodka Absolut, Torres 10 y Buchanan’s.

Todos los asistentes ansían la hora –11:30 pm – de la apertura de la terraza principal del antro. Mientras llega el momento, el cúmulo de homosexuales ocupa los bancos de madera y mesas del mismo material del bar. 30 minutos antes del acceso al antro sale el primer stripper; sube a la tarima y toca su vientre bajo con ambas manos, comienzan los movimientos que enloquecen a un grupo de amigos gays.


De un momento a otro, se vacía la zona de bar debido a que la mayoría ya ha subido a la terraza. La iluminación de esta zona es semioscura, la luz emana de focos amarillos y en una de las mesas de plástico rectangulares se encuentra Luis Arteaga, que viste un overol de pana color azul y una camisa blanca de manga larga con detalles turquesa.

Luis no deja de mover su cadera, imita los pasos de Beyoncé al ritmo de Crazy in Love. Él acaricia su cabello rubio dorado y mueve su rostro de un lado a otro; camina y se detiene enfrente del escenario donde un stripper baila, Luis toca su cuerpo con sus dos manos desde el cuello hasta las nalgas mientras mira fijamente a los ojos del bailarín.

“Conozco el lugar desde el día en que se inauguró, vengo cada fin-de [semana]. Me encanta porque es el único antro donde puedo ser súper libre. Ya no hay tapujos de que los strippers sean solo para mujeres”, menciona Luis mientras descansa su barbilla en el dedo pulgar y se acaricia el vello castaño de ésta con su dedo índice.

El espectáculo de strippers se remonta a la década de 1980 en Estados Unidos, pero con auge en los 90, como una práctica exclusivamente para féminas; como una actividad independiente o al ser parte de algún club, como es Kinky. Cada stripper tiene su grado de complejidad laboral, desde la prostitución hasta el ejercicio dancístico como sucede en este antro-bar gay.

En los balcones al aire libre se juntan los fumadores – donde el atractivo principal es la vista hacia el Ángel de la Independencia-, mientras que en las esquinas más solitarias del inmueble están las parejas de lesbianas. Éstas, al contrario de los gays, visitan el lugar con discreción y se adueñan de un punto específico para poder besarse y bailar cuerpo con cuerpo al ritmo de la música de David Guetta.


Tal es el caso de Ximena Díaz y Olga Rivera: “Hemos venido a este lugar desde hace como tres años, venimos siempre. Nos gusta el ambiente porque es muy diferente al de otros antros, aparte es difícil encontrar lugares dedicados a nosotras. Aquí tenemos nuestra privacidad sin ser juzgadas por la gente que va a antros normales u otros lugares para gays”.

La pareja lésbica conversa unos minutos, se besan y al momento en que sale un nuevo modelo a bailar, caminan hacia el escenario y se tocan los senos y nalgas una a la otra. Mientras tanto, los meseros con camisa carmín y el logo de Kinky en color blanco caminan de un lado a otro y recogen los vasos vacíos.

La diversión perdura, el suelo de madera está pegajoso por la bebida derramada. Algunas botellas de cerveza Corona también están tiradas en el piso a causa de los empujones que reciben las mesas de plástico por la gente. En una de las tres barras de servicio de bebida, se encuentra un hombre con un par de alas tatuadas en los pectorales, éste mira a los asistentes detenidamente mientras recarga ambos brazos en la mesa.

La cercanía de Kinky con la zona hotelera de Avenida Reforma es el detonante de que éste sea un centro de reunión homosexual mundial: una pareja estadounidense, francesa y coreana disfrutan el atractivo de los bartenders; al igual que Cecilia y Carlos García, una pareja de hermanos: “Yo he venido aquí más de veinte veces y, después de confesar mi preferencia a mi familia, hoy convencí a mi hermana para que se adentrara en mi mundo”.


Las luces neón comienzan a parpadear como las de una ambulancia, el número cumbre de la noche cuenta con la participación de dos strippers; un moreno con gorro verde y un rubio con gorra café. Los gritos de féminas y gays comienzan a resonar entre las paredes del establecimiento, el par de hombres semidesnudos comienza a hacer su paso estrella: mover el pelvis con fuerza de atrás hacia adelante.

Es una noche más en Kinky, en donde hombres y mujeres obtienen placer visual gracias a los movimientos de los strippers. El aire roza los rostros de las personas que esperan afuera del lugar para ingresar al antro-bar y así revivir sus sentidos y ser protagonistas del mundo homosexual.


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