UN CADETE DESCUIDADO

Foto cortesía del arquitecto René Rodríguez

Por Gael González Flores
México (Aunam). El oriente de la Ciudad de México está siempre resguardado. Un guardián inmóvil protege, desde la Delegación Venustiano Carranza, dicha zona de la ciudad. Cuenta la leyenda que, hace ya varios años, un grupo de cadetes se desplegó por toda la capital para ser testigos de la evolución de ésta.

Hace 40 años jóvenes, miembros del Heroico Colegio Militar fueron testigos inertes de la visita de miles de deportistas y personas de todo el mundo, los cuáles brindaron un prestigio impensado para el país. Los cadetes se brindaron al máximo con la intención de que participantes y público en general nunca los olvidaran. Después de 46 años, su temor más grande los alcanzó.

Los alumnos del Colegio Militar son, nada más y nada menos que, la Alberca Olímpica “Francisco Márquez”, el Gimnasio Olímpico “Juan de la Barrera”, el Palacio de los Deportes “Juan Escutia” y, el que más batallas ha librado, el Velódromo Olímpico “Agustín Melgar”.

La Época Dorada

La Ciudad de México se postuló como sede, por primera vez en 1956. En esa oportunidad fue vencida por la metrópoli australiana de Melbourne. Cuatro años después luchó, de nueva cuenta, pero el Estadio Olímpico de Roma convenció a los jueces para trasladar la Olimpiada hasta dicha localidad Italiana.

La tercera fue la vencida. La capital de la República Mexicana obtuvo la sede para la realización de los décimo novenos Juegos Olímpicos tras vencer a otras urbes mundiales como Detroit (Estados Unidos), Lyon (Francia) y Buenos Aires (Argentina) en el año de 1963. Desde ese momento, el Comité Organizador encabezado por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez comenzó la construcción y la habilitación de espacios ya existentes donde se desarrollarían las competencias.



Los primeros Juegos Olímpicos organizados por un país Latinoamericano necesitaron diversos complejos deportivos, entre ellos, uno propicio para la práctica de las competencias de ciclismo. Por tal motivo, gracias a la inversión de la Secretaría de Obras Públicas del Gobierno Federal, se inició la construcción del Velódromo Olímpico “Agustín Melgar” el 6 de mayo de 1967.

Para la construcción del inmueble deportivo se tomaron diversas determinaciones. La Secretaría, anteriormente mencionada, decidió ampliar la “Ciudad Deportiva” de la Magdalena Mixhuca (terrenos donados por Jesús Martínez “Palillo” en los años 50) para aprovechar un espacio ubicado dentro de lo que actualmente es la Delegación Venustiano Carranza. Este lugar se convirtió, con el paso de los años, en el centro deportivo más grande de México.

De acuerdo con el portal Edifcios de México (www.edemx.com): “el Velódromo es un edificio de altura baja así como una construcción de mediados de siglo; tiene una longitud de 333.33 metros por 7 metros de ancho, asimismo las curvas del circuito tienen un peralte de 39º y su capacidad es de 6 400 personas”. Dicho complejo deportivo fue diseñado por los arquitectos Jorge, Ignacio y Andrés Escalante y Legarreta.

El único elemento proyectado por un extranjero le perteneció a este gigante de concreto. El alemán Herbert Schürmann diseñó la pista con madera africana llamada Doussie Afzeiba, un material con una mayor resistencia a la intemperie lo que colocó al Velódromo capitalino dentro de la élite de su época.


Ya con el uniforme bien planchado, los zapatos boleados y totalmente arreglados, el joven cadete pasó lista el 30 de septiembre de 1968. Junto con sus colegas, se declararon listos para recibir a más de 10 mil personas entre aficionados y atletas visitantes.

Agustín Melgar atestiguó la caída de dos récords olímpicos. El ciclista francés Pierre Trentín impuso una nueva marca al terminar la prueba de los mil metros contra reloj en 1:03.91. Por su parte, el suizo Morgen Frey Jensen batió otro récord, en la ronda preliminar de la prueba de persecución de 4 mil metros individuales.

Con toda la euforia que representó para el pueblo mexicano ser sede de los Juegos Olímpicos, el noble cadete nunca esperó que todo el brillo de su época dorada se extinguiera con el pasar de los años.

El resplandor se apaga


Una vez pasada la emoción por albergar la fiesta deportiva más grande del mundo, el pueblo mexicano volvió a su triste realidad. Sumergido en una crisis social que se presentó justo antes de la inauguración, los mexicanos dejaron de lado los deportes, con los que no estaban familiarizados, para atender otras cuestiones de mayor relevancia.

Los cadetes que dieron su vida por resguardar y ser un buen anfitrión para los aficionados visitantes, poco a poco, dejaron de llamar la atención de los pobladores de la gran urbe que significa la Ciudad de México. Lejos quedaron los gritos, las porras y las interminables filas que se hacían para poder entrar al recinto.

Con el paso de los años, eran muy pocas las personas que tenían conocimiento acerca de que el Velódromo continuaba en funcionamiento y muchas menos las que sabían que dentro de él rodaron grandes figuras del ciclismo mundial como Ole Ritter, Eddie Merck y Radamés Treviño quienes consiguieron implantar 30 de las 52 marcas mundiales de ciclismo de pista vigentes hasta el año 2000.

Incluso muchos de los habitantes de la colonia Jardín Balbuena, vecinos del coloso de duela, ignoraban que, en dicho lugar, podían practicar el ciclismo con casi todas las facilidades. Uno de ellos fue Jorge Govantes.


Actual dueño de una tienda para el cuidado de mascotas, el señor Govantes buscó una forma para hacer ejercicio y la cercanía de su casa con el Velódromo Olímpico lo motivó para que acudiera a informarse. “Yo nunca vi que hubieran puesto algo ni nada, solamente llegué, pregunté y me dijeron, sí si damos ciclismo y ya. Nunca han tenido gran difusión”.

“Tiene veinte años que fui a preguntar, tenía como unos 13 o 14”. Menciona al momento de despachar unos premios para cachorro. “Ahí tenías todo. Seguridad, servicio médico. Las ‘bicis’ te las otorgaba la misma Delegación, eran bicicletas profesionales. No te dejaban entrar si no traías todo tu equipo, tenías que ir completamente armado”.

Jorge puso los pies sobre los pedales y practicó en un Velódromo mejor acondicionado para la práctica del ciclismo que el actual. “Llegamos a competir en la duela colocada para el ´68. Manejar en la duela es mejor que en una superficie de cemento, la duela es muy suavecita, amortigua la ‘bici´ y esta se hace más ligera, sin embargo, como a los 6 o 7 años que entré, la cambiaron por concreto”.

El retiro de la duela que hace mención Jorge se dio después de dos mantenimientos realizados en 1995 y 1996 para la realización de la Primera Olimpiada Juvenil, donde la original fue cambiada en algunas zonas por otra llamada “machiche” la cual tenía base de pino. Esta madera no pudo continuar debido al escaso y mal cuidado que se le dio, por lo tanto tuvo que ser removida en su totalidad. La actual pista de cemento tomó su lugar en 1997.


Jorge detuvo su andar en la pista de Velódromo debido a un accidente. “Me caí de la bicicleta; se safó el cuadro trasero justo cuando estaba arriba del peralte y, por poco, me llevo al ciclista que venía detrás de mí”.

Sumado a su lesión, las modificaciones que tuvieron lugar en el velódromo le impidieron continuar con su práctica deportiva: “Cuando pusieron la cancha de fútbol dentro del velódromo, nunca faltaba quién te pegaba con la pelota. A cada rato varios de mis compañeros se accidentaban. Ya no podías rodar a gusto”.

El brillo perdido

Con el paso de los años el cadete “Agustín Melgar” sufrió una metamorfosis. El gran complejo deportivo de 5.2 hectáreas comenzó a reducir sus dimensiones. Gran parte de los 860 cajones de estacionamiento se perdieron por la presencia de un depósito vehicular ubicado ahí desde 1989 con una extensión que rebasa los 1200 metros cuadrados.


Asimismo la entonces Secretaría de Transportes y Vialidad del Distrito Federal (Setravi), hoy Secretaría de Movilidad (Semovi) ocupa parte del estacionamiento original del Velódromo con un módulo de atención así como su archivo muerto.

Aunado a estos cambios se agregaron tres canchas de básquetbol y una más para la práctica de tenis. Las primeras para el uso de la comunidad vecina sin pagar absolutamente nada. La segunda tuvo el mismo fin, sin embargo, después de un tiempo se privatizó y ahora, para hacer uso de ella, se necesita realizar un desembolso económico.

Si el panorama del Velódromo lucía gris, al llegar el nuevo milenio su horizonte se tornó totalmente negro. En el año 2001, el entonces Secretario del Instituto del Deporte en la capital, Bernardo Segura, entregó la administración del inmueble olímpico a la delegada perredista Guadalupe Morales, con la esperanza de que recobrara “el esplendor del que gozó y que en un futuro sea destinado en su totalidad para lo que fue creado”.

Sin embargo, el brillo que alguna vez tuvo no regresó. Al contrario, desde ese momento el Velódromo empezó a ceder más terreno del que ya había perdido. La explanada del conjunto deportivo sufrió una dura modificación con la llegada de Olimpus 7.


La organización Olimpus 7 es una empresa encargada de la construcción y mantenimiento de canchas para el desarrollo del fútbol en muchas de sus modalidades: de 5 y 7 jugadores, fútbol rápido y, obviamente, futbol soccer. Poco a poco han abarcado gran parte de la capital del país y del Estado de México.

Con estas canchas, las calles donde solían disputarse los mejores partidos de la colonia han quedado vacías. Por supuesto, para hacer uso de ellas, se debe de pagar una cantidad la cual depende del horario y la sede. Los lugares donde están instaladas, curiosamente, son cerca o en las mismas explanadas de los edificios Olímpicos como el caso del Velódromo “Agustín Melgar”, la alberca “Francisco Márquez” y la Ciudad Deportiva.

Olimpus 7 sólo contaba con una cancha en lo que era el estacionamiento del complejo deportivo pero, en el 2010 instauró otra la cual afectó directamente el conjunto y el diseño del Velódromo Olímpico. Para su construcción se tuvo que demoler una sección del murete perimetral y derribar un árbol de 40 años de antigüedad.

Este hecho fue el que motivó al arquitecto René Rodríguez Castell de Oro para levantar una demanda ante la Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial del Distrito Federal (PAOT). La queja con número de expediente PAOT -2010-0610-SOT-275 y con número de folio PAOT-05-300/300-2055-2010 fue aceptada, sin embargo, el denunciante no recibió respuesta.


A pesar de seguir en la espera de alguna contestación, el arquitecto Rodríguez continuó con la defensa de este espacio que todos consideran patrimonio histórico pero que en ningún lado se encuentra por escrito. “En un momento dado quisiera ver la manera, amable y respetuosamente, de quitar esas instalaciones que no tienen que ver con deportes ni con el proyecto original; si se van a hacer instalaciones deportivas, adelante siempre y cuando no toquen el edifico del velódromo así como su explanada y sus estacionamientos”.

Egresado de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, René Rodríguez menciona que aún se conservan varios elementos construidos originalmente para la Olimpiada de México 68. Sin embargo, “derribaron una taquilla y clausuraron la entrada de los deportistas, la que conectaba directamente con los vestidores del Velódromo”.

“Al tener la Delegación los derechos, si continúa con su deterioro, podrían pedir su demolición parcial o total” por tal motivo y porque le tocó ver su construcción, inauguración y decadencia el arquitecto Rodríguez Castell de Oro decidió intervenir a favor del Velódromo.

El arquitecto René Rodríguez acudió al Departamento de Conservación y Licencia e Inspección de Arquitectura, del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) para solicitar, con base en las fotos y archivos de su propiedad, una revisión de la situación actual del Velódromo Olímpico Agustín Melgar. Dicho estudio se está realizando y se espera su resolución.

¿Y las autoridades?


En un recorrido por el complejo deportivo, se puede observar el deterioro en el que vive el cadete. Varios espacios para dulcerías fueron cerrados, los baños, que no fueron clausurados, son rentados por personas ajenas al inmueble, hay gradas rotas y el palco de trasmisión así como el tablero electrónico están en completo abandono.

Aunado a esto, otro vecino de la colonia, Víctor Torres, demanda el descuido de las instalaciones de toda la Ciudad Deportiva y no sólo del Velódromo Olímpico. “Eran canchas y espacios para que la gente que no tenía dinero pudiera realizar algún tipo ejercicio. Ahora, los mejores terrenos están cercados y son privados, ya no piensan en la gente que no puede pagar un gimnasio privado”.

Por su parte, las autoridades que laboran en el complejo deportivo están a expensas de la Delegación Venustiano Carranza ya que sólo pueden otorgar informes acerca de las actividades que se hacen en dentro y fuera del complejo deportivo, en ese tenor, el encargado Genaro Ponce Rojas menciona que a pesar de gestionar apoyo para el inmueble, “se debe atener al presupuesto que la demarcación le otorga ya que existen otras prioridades”.

El Velódromo depende directamente de la subdirección de Promoción al Deporte de la Delegación Venustiano Carranza. Se administraba por sí sólo hasta que en 1990 se incluyeron las puertas 1,2 y 3 de la Ciudad Deportiva Magdalena Mixhuca para formar el Complejo Deportivo Velódromo.


Añade que dicho inmueble olímpico se mantiene funcional: “aquí vienen a entrenar atletas para competencias importantes, además de que tenemos el curso de ciclismo, donde les prestamos las bicicletas y sólo pagan 137 pesos de inscripción y 135 de mensualidad Sin embargo, ya no es oficial, tengo entendido que los oficiales miden alrededor de 250 m y este mide 333.33m”.

Asimismo finaliza que dentro de la Gaceta Oficial del Gobierno de D.F. el Velódromo Olímpico “Agustín Melgar” es una instalación generadora de ingresos y dentro de ellos está incluido el estacionamiento, los baños, la renta de los campos y las canchas de fútbol 7”.

En la delegación Venustiano Carranza, así como en otras demarcaciones de la capital, existen otras prioridades, pero, darle una mayor parte del presupuesto a mejorar dicho complejo Olímpico podría entrar en una de ellas, más cuando está catalogado como un edificio histórico.

Esta es la forma de vida que lleva uno de los cadetes que brilló en el ya lejano 1968. A pesar de los años, sigue con la misión de resguardar la ciudad que alguna vez lo admiró. La admirable labor que realizó en la década de los 60 fue olvidada y ahora vive a expensas de una delegación que no le importa.


A pesar de que existen vecinos como los señores Jorge Govantes, Víctor Torres y el arquitecto René Rodríguez, que aún le guardan cariño al cadete Melgar, sino se realiza una lucha conjunta para defenderlo, podría estar viendo los últimos años de vida de uno de los edificios más representativos de la colonia Jardín Balbuena y de la misma capital.




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