TRANSPORTE , UN HOYO MÁS EN EL BOLSILLO DE LOS CAPITALINOS


Por Jazmín Zavala Hernández
México (Aunam). Zapatos opacos con las suelas raídas, camisa blanca y delgada, pantalón azul marino y una chamarra gruesa conforman el uniforme de un trabajador de tiempo completo de un microbusero.

Mientras el motor del microbús “se calienta”, Jesús Rosales enciende su estéreo, le coloca una USB desgastada que aparenta haber tenido un color plata brillante, también un CD y, para terminar, un cable auxiliar.

Las ruedas del camión comienzan a rodar. El cuerpo de Rosales realiza una labor de coordinación constante: el pie izquierdo controla el clush, el derecho manipula la aceleración y los frenos, mientras una palma se encarga del volante, la otra de la palanca y de recibir las ganancias, “el pasaje”.

Desde el mes de abril del año presente, los microbuseros del D.F. contaron con la modificación a la tarifa de transporte, la cual consiste en un peso más sobre el precio anterior (de cuatro a cinco pesos para una distancia de hasta 5 kilómetros, y de cinco a seis pesos para más de 5 kilómetros), la mayoría de los choferes de la Ruta 60 coinciden en que tal incremento les permitirá mejorar sus unidades.

Esta mejora de los camiones es una obligación que los dueños deberán cumplir invirtiendo 20 por ciento de sus nuevas ganancias en reparaciones que requieran las unidades, según informes de la Secretaría de Transportes y Vialidad (Setravi) del DF.

Asimismo, tienen que contar con la documentación completa de su concesión, una póliza de seguro, y un programa de paradas fijas. Además, deberán garantizar la seguridad de los usuarios, evitar escuchar música a un volumen alto, llevar un acompañante o “chalán”, usar celular mientras conducen, entre otras.

Las unidades no deberán tener los vidrios polarizados o aditamentos que perjudiquen su visibilidad al conducir, tampoco podrán portar pantallas o Dvd’s portátiles que puedan distraer al conductor. Pero la música parece ser, quizás, el elemento que permite soportar las jornadas laborales de un microbusero.

El pasaje

Comienza a sonar la canción “Pinche Pancho” de Charlie Montana y, paralelamente, una sonrisa emerge del rostro fatigado y rutinario de Jesús Rosales, operador de la Ruta 60, que va de la Colonia Torres de Padierna al Metro Ciudad Universitaria. Él se prepara diariamente para su trabajo, mismo que inicia a las cinco de la mañana con un cigarro y un café americano más cargado de lo normal, y con poca azúcar, para que el cuerpo despierte completamente.

El humo del tabaco, que poco a poco se consume, se combina con el vapor humano que es expulsado debido a la baja temperatura que contrasta con el calor corporal.

Jesús coloca sus manos, resecas y negruzcas por la grasa del motor acumulada en uñas y piel, en el frío y delgado volante; prende las luces del camión, sube el volumen del estéreo y sus pies inician su agotador y cotidiano trabajo.

Los usuarios comienzan a abordar. La cuota es de seis pesos si su destino es metro CU (más de 5 kilómetros), cinco si bajan antes. Parece que cada uno sube al microbús de la misma forma: desganados, recién bañados, presionados, y de mal humor porque ya es tarde para llegar a su destino.

Algunos pasajeros cuestionan al operador sobre el incremento en la tarifa, pero parece que éstos se resignan y sin esperar una respuesta pagan su “pasaje”.

El usuario y obrero José Espinosa opina que el incremento en el pasaje afectará su economía ya que de los 90 pesos que gana diario, invierte 12 para su traslado.

Por su parte, José Luis Rojas, administrador y pasajero comentó que el aumento en el precio beneficiará a los usuarios y choferes, puesto que los primeros recibirán un mejor servicio ya que las ganancias obtenidas podrán ser utilizadas por los dueños de las unidades para “arreglar” los camiones, y los segundos tendrán mayores ingresos para solventar gastos familiares.

Estos son dos ejemplos que representan la bipolaridad de opiniones respecto al aumento en las tarifas de los microbuses, ya que mientras algunos capitalinos se benefician (choferes), otros padecen las consecuencias económicas (usuarios).

Materia prima

Pero el verdadero problema, según el economista Alberto Reyes, es el constante incremento en la materia prima de los operadores: el diesel, ya que el aumento en el precio de los combustibles en México se debe a la falta de infraestructura necesaria para la transformación del producto natural (petróleo) al producto final (combustible).

Por esta razón, añadió el también profesor de la Universidad Autónoma de México (UNAM), la materia prima (petróleo) es enviada a Estados Unidos y los productos derivados de ella regresan a nuestro país con un costo más elevado.

Aunado a esto, el economista Hugo Víctor Ramírez comentó que el uso de los recursos nacionales es una decisión que recae en el gobierno y que afecta a quien hace el uso final de los recursos, es decir, el consumidor.

Explicó que en una sociedad de masas, los consumidores son los asalariados, por lo que debido al aumento en la tarifa de los microbuses, serán ellos los afectados porque utilizan el transporte público.

De igual forma, expresó que un el incremento en los precios de combustibles también afecta a la industria, a todo aquello que necesite energía, dejando en manos de las masas el pago de éstos.

El incremento en los precios de los combustibles, que en los pasados ocho años han subido alrededor de 57 por ciento, es una de las causas por las que es necesario un crecimiento en las tarifas, según los microbuseros.

En el año 2008, la gasolina magna tenía un costo de 7.49 pesos, la gasolina Premium 8.51 pesos, y el diesel 5.75 pesos. Actualmente los precios son: 11.25 pesos (gasolina magna), 11. 81 pesos (gasolina Premium), y 11.34 pesos (diesel).

Así que, la problemática se origina a partir las decisiones gubernamentales sobre el aprovechamiento de los recursos naturales mexicanos. Como siempre, el pueblo es el que sufre las consecuencias.

Nuevas obligaciones

A partir del aumento en la tarifa, se desprenden nuevas obligaciones para los microbuseros: ofrecer un mejor servicio, que incluye el mejoramiento de las unidades, es decir, la reparación tanto del motor como de la estructura física (pintura, asientos, pasamanos), así como un cambio en las actividades comunes de los operadores, por ejemplo, llevar volumen alto en el estéreo, manejar sin cuidado.

Pero estas peticiones están lejos de cumplirse si los choferes no están al tanto de sus nuevas obligaciones.

Al observar en el interior de algunas unidades de la Ruta 60, se pueden apreciar tanto las nuevas cartulinas para Colectivos con tarifas autorizadas, que se obtienen de la página oficial de Setravi, como una hoja que especifica los deberes de los operadores.

El microbusero Jesús Rosales explicó que está al tanto de su compromiso con los usuarios. Comentó que debido a que las unidades no deberán tener los vidrios polarizados o aditamentos que perjudiquen su visibilidad al conducir, ni portar pantallas o DVD portátiles que puedan distraer al conductor, él ha iniciado una ardua labor para “arreglar” su camión.

En cuanto a la estipulación en la que Setravi se refiere a la inversión del 20 por ciento de sus nuevos ingresos para financiar la constitución de las rutas en empresas, propuesta presidida por Miguel Ángel Mancera, Jefe de Gobierno del Distrito Federal, dijo estar informado aunque no de acuerdo ya que eso implicaría una reducción en la comunicación entre los operadores porque ya no discutirían grupalmente sus problemas, sino con un representante del gobierno.

Los resultados que arrojó un sondeo, entre microbuseros de la Ruta 60, fueron que el 80 por ciento de 40 dueños utilizarán parte de sus nuevas ganancias para mejorar los camiones, puesto que las refacciones, cambios de aceite, mantenimiento, así como su materia prima, el diesel, tienen un costo que con la antigua tarifa no alcanzaban a cubrir.

“De repente, los microbuses se nos descomponen y hay que meterle en un día más de cuatro mil pesos, con eso ya no alcanzábamos a juntar la mensualidad de nuestras unidades y la deuda crecía por los intereses, ahora, con el aumento, ya no nos preocupamos tanto por esos improvistos”, declaró Germán Martínez, dueño y operador.

El 20 por ciento restante, coincidió en que la nueva tarifa no alcanza para mejorar los microbuses puesto que son unidades que se utilizan a diario, además de que tienen otros gastos que solventar, como los familiares.

“Yo invertiré sólo en reparaciones necesarias para del motor porque ya el físico no es tan importante, además son camiones que traemos en chinga todo el santo día, con un peso considerable, por lo que es imposible que se mantengan como recién saliditos de la agencia”, comentó el microbusero Jaime Durán.

Un microbusero que hace la diferencia

Recargado en el asiento de su microbús Jesús Rosales voltea constantemente a ver a los camiones que se van formando en la base de la Ruta 60, en el Metro Cuidad Universitaria (CU). Sus manos temblorosas se dirigen a su cabello, trata de acomodarlo pero éste es demasiado lacio y regresa a su posición original.

Pronto sus nervios desaparecen y su historia fluye desde su corazón hacia sus labios y ojos, como si reflejaran los sucesos que conforman a un microbusero de 40 años, con una hija, una vida rutinaria y un trabajo agotador.

Él nació en Yuriria, un pueblito de Guanajuato. Su madre, Estela, se enamoró de su padre Jesús, a los 12 años, y a esa edad contrajeron matrimonio, mismo que no duraría demasiado por las infidelidades de su esposo y sus constantes borracheras.

“Tenía ocho años cuando mis padres se vinieron al D.F., nos dejó a mí y a tres de mis hermanos a cargo de mi abuela, pero como éramos muy pobres apenas y sobrevivíamos con trabajitos de chamacos, tales como lavar autos o vender chucherías”, cuenta el microbusero.

Posteriormente, dijo, todos se mudaron a la Ciudad de México, en donde sus padres habían comprado un terrenito y construido una casita de lámina. Él estudiaba la secundaria cuando los autos captaron su atención y el sueño de comprar un tráiler comenzó.

“Un día, mi padre llegó borracho, y traía una camioneta viejita de carga, color rojo, inconscientemente me subí y cuando vi ya estaba manejando, ni siquiera alcanzaba a mirar sobre el volante pero al menos la eché a andar”, sonríe y sus ojos se llenan de un brillo intenso, como si quisieran soltar algunas lágrimas.

Ese fue su primer encuentro con un volante. Después, al cumplir 14 años, comenzó a desempeñarse como “chalán”, o acompañante, de un microbusero, llamado Pedro Medina, quién tres años después se convertiría en su jefe, pues le confió a Jesús una de las unidades que había comprado durante ese lapso.

Cuando Rosales cursaba el bachillerato, a los 19 años, conoció a Dolores, quién sería su esposa. Cuenta que a pesar de pertenecer a una familia que no funcionó, él tenía el sueño de formar una propia.

“Mi primera hija la tuve a los 20 años, “Lola” tenía 17, y aunque aún no estábamos preparados para cuidarla, ha sido la más bella bendición que he tenido”.

El chofer añadió que abandonó sus estudios y el sueño de ser ingeniero automotriz para sacar adelante a su familia, y ya que su esposa quería seguir con su formación profesional, su vida se concentró en trabajar para pagar sus colegiaturas y cuidar a la pequeña “Lili”, su hija.

“Desde que mi niña cumplió apenas tres meses, instalé una silla para bebé a un costado de mi asiento, por las mañanas preparaba sus mamilas y nos íbamos a trabajar todo el día. En el microbús tenía que cambiarle sus pañales, arrullarla y entretenerla, por la noche pasábamos por su madre a su escuela, en el centro de la Ciudad de México”, comentó Jesús.

El microbusero cuenta que su hija lo acompañó en su trabajo hasta que entró al kínder. A partir de que Lili cumplió 16 años, de vez en cuando, por las tardes, le enseña a manejar la unidad que adquirió hace seis años, misma que aún no termina de pagar.

“Cuando decidí darle una mejor vida a mi familia, y el gobierno del D.F. puso en marcha el proyecto para cambiar los antiguos microbuses por camiones, pedí un préstamo para adquirir uno, así como una concesión (placas). Aún no termino de pagar pero ahí la llevo”, añadió Rosales.

Aproximadamente cada concesión cuesta 300 mil pesos, cada unidad un millón y medio, y las mensualidades o “letras” oscilan entre los 20 y 30 mil pesos.

A Jesús se le notan algunas arrugas en el rostro, a sus 40 años él parece de 50, sus manos negruzcas por la grasa acumulada al arreglar su camión, tienen algunas cicatrices, resultado de quemaduras de motor. Afirma que a pesar de que su trabajo no tiene un sueldo fijo, y de que a veces no logra juntar el dinero para su mensualidad, aún le apasiona manejar.

“Hay días que mis pies ya no dan para más, mi espalda ya comienza a dolerme por pasar más de 15 horas sentado, pero conducir siempre ha sido mi mejor realidad, además mis dolores corporales se calman al ver a mi hija sin preocupación alguna, hablando económicamente”, comentó el microbusero.

Al preguntarle sobre la calidad de su servicio, añadió que no todos los choferes son iguales: “personas como yo hacemos la diferencia entre los choferes responsables y los irresponsables, yo soy consciente de que mi fuente de ingresos son los usuarios, por lo tanto se merecen todo mi respeto y cuidado”.

“Hay cabrones a los que les vale madres si la gente va colgada, o sufre algún accidente por la manera en la que según manejan pero yo les he brindado mi cuidado porque sé que ellos me dan de comer a mí y a mi familia”, expresó Jesús.

El sueño que persigue un microbusero que “hace la diferencia”, es comprarse un tráiler, del color de la primera camioneta que condujo, rojo; dijo que en cuanto termine de pagar su unidad y concesión, comenzará los planes para adquirirlo y cumplir el sueño de un chamaco que quería ser un ingeniero automotriz.

Los efectos del aumento en la tarifa

El economista Alberto Reyes explicó que las tarifas del transporte público se establecen a partir del salario mínimo de cada región y de los ingresos aproximados de los usuarios.



Pero, al parecer, este punto es el último que contempla el Gobierno del Distrito Federal, ya que el salario mínimo es de 64.76 pesos, del cuál deben cubrirse las necesidades básicas del capitalino: alimento, salud y educación de los hijos.

Entonces, si el transporte público es utilizado diariamente por miles de mexicanos, en aproximadamente 27 mil 928 camiones, y si cada uno de éstos recibirá un peso más por cada “pasaje”, se ignora completamente el sueldo de cada capitalino.

Reyes opinó que el aumento en las tarifas de los microbuses no es equitativo, ya que no hay un beneficio social:

“Ellos dicen que suben los combustibles y las refacciones y que ofrecen un servicio de primera pero en realidad los choferes no respetan a los demás automovilistas, ni a los usuarios, además de que provocan accidentes”, añadió el también profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Aseguró que el incremento afectará el bolsillo de los usuarios porque muchos de ellos deberán reducir sus ingresos destinados a la comida diaria o a servicios médicos.

Asimismo, expresó que el microbús es un buen negocio porque la mayoría de los dueños llegan a tener más de dos unidades, pero que “uno siempre quiere más”.

Por su parte, el economista Hugo Víctor Ramírez comentó que las tarifas se establecen con base en los costos de las materias primas, es decir, las unidades, las placas, el diesel, las reparaciones, y el costo trabajo por parte de los choferes, de tal manera que haya una reposición o reintegración de su inversión, además de una ganancia para los dueños.

En cuanto al aumento en las tarifas de los microbuses opinó que es una humillación que se aprobara porque “es un sistema cavernícola e inhumano, además de que los microbuses son contaminantes”.

“Este negocio es una cadena de Impunidad. Ni que suba ni que baje su tarifa, ¡qué desaparezcan los microbuses!”, expresó el también profesor de la UNAM.

Por último, el economista Alfonso Vadillo mencionó que el aumento en las tarifas de los microbuses debió evaluarse en relación con el nivel de ingreso de la población, es decir, “qué tanto representa el pago de un transporte con un salario mínimo para los ciudadanos, que es lo último que se considera cuando hay un incremento, sea el servicio que sea”.

“¡No llevas vacas güey!”

Como todos los días, los usuarios se ven desesperados, cansados y abochornados, muchos de ellos van de regreso a sus casas, después de una pesada jornada laboral; otros se dirigen a sus empleos. Son las cuatro de la tarde, las puertas del microbús se cierran, las ventanas abiertas dejan pasar el viento que calma el escandaloso e insoportable calor.

Todos los asientos están ocupados, y los tubos que sirven de apoyo para aquellos que van de pie, se pierden entre las manos sudorosas de los pasajeros, mismos que han arruinado sus camisas o blusas con su propia transpiración.

El chofer se coloca sus gafas obscuras pues los rayos del sol han lastimado sus pupilas; sus axilas, espalda y cabeza no podrían expulsar más sudor, parece que se ha vaciado una botella de agua encima. Para calmar su nerviosismo, prende un cigarro y destapa su Coca-Cola tibia.

Por si fuera poco, algunos usuarios no están conformes con el servicio pues el tráfico parece acabar con la paciencia de cada uno de ellos, piden velocidad pero el microbús no puede avanzar ni un milímetro más porque chocaría con el automóvil de enfrente.


Un señor de aproximadamente 50 años está sentado justo detrás del chofer, su atuendo se conforma de un traje arrugado color gris, en conjunto con una camisa blanca y corbata roja.

El hombre mueve rápidamente su pierna derecha, de un lado a otro, sus ojos negros miran el tránsito lento, y al mismo tiempo, su rostro dibuja una mueca de angustia, de desesperación.

El día de trabajo de un microbusero es rutinario, de vez en cuando algún suceso lo perturba pero después, todo sigue igual. Por lo regular estos trabajadores sólo hacen una comida al día debido a su larga jornada, misma que termina alrededor de las 11 de la noche.

“¡Apúrate cabrón!”, “¡No llevas vacas güey!”, son algunas de las contradictorias frases que se escuchan en un día de trabajo en los microbuses.

Según datos obtenidos de la página oficial de Setravi, en el Distrito Federal, el transporte concesionado colectivo de pasajeros (microbús), atiende aproximadamente el 60 por ciento de la demanda ciudadana, transportando diariamente a más de 12 millones de pasajeros.

Hay, en el DF, 106 rutas de transporte, mil 163 recorridos. Existen 28 mil 508 concesionarios individuales y 10 empresas, éstas constituidas de acuerdo al Programa de Sustitución de Microbuses por Autobuses Nuevos, en el cual, el Gobierno del Distrito Federal otorga un apoyo financiero de 100 mil pesos a los propietarios que cuenten con un modelo 1995 y anteriores, para que renueven sus unidades.

Así que, ¿ese “pesito” más en la nueva tarifa se convertirá en cuántos millones?







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