GRACIAS POR SU PREFERENCIA SEXUAL


Por Christian Aguilar Medina
México (Aunam). Respiro hondo. Me están asfixiando. Necesito aire… escucho mis jadeos por intentar mantenerme a flote entre la marea de personas; jóvenes de playeras entalladas y señoritas con un gran escote me impiden avanzar.

Como si te jalaran impiden tu salida del “Marra”, conocido así por los que frecuentan ir al salón El Marrakech. Salgo de ahí para tomar una bocanada de aire. Hombres con cigarro en mano, mujeres inmunes al frío, pues no hacen ni un gesto del aire que congela sus piernas descubiertas por su vestimenta: minifaldas y blusas muy entalladas; fuman para curarse los escalofríos.

El Marrakech según la vox populli es famoso por tres cosas: la cantidad de personas que asisten, su diversidad sexual y la variedad de la música que se toca dentro del salón. En esta ocasión, la gente dentro del lugar parece superar la capacidad del inmueble. Aunque lo anterior no importa mientras llegues a República de Cuba número 18 y disfrutes de uno de los lugares más prendidos y conocidos del Centro Histórico de la Ciudad de México.

Caminen, hay vestidas

Hace unas horas el lugar estaba vacío, solo unas cuantas personas llegaron antes para elegir un buen lugar. De jueves a domingo el salón labora de ocho a cuatro de la madrugada. Cuando abren poco a poco se van formando todo tipo de personas, desde los chacales hasta las fresas que vienen a experimentar los barrios del centro de la ciudad. No les importan los apretujones o pisotones que se pueden llevar con tal de entrar a este sitio.

La mayoría de los asistentes visten provocativamente. Los hombres lucen camisas entalladas, con los tres primeros botones sin abrochar; pantalones muy ajustados de diversos colores, lentes en algunos casos, incluso algunos prefieren las playeras holgadas o, ¿por qué no?, entrar sin playera.

Las damas llegan con shorts muy cortos y ajustados, blusas muy escotadas, una gran parte de ellas usa ropa que no se pondría de no ser porque el lugar es de ambiente gay. Entre las mujeres casi no se ve el uso de vestidos justos, ese tipo de ropa es característico de los travestis.

Dos amigas y un chico permanecen en la puerta, se dedican a cuchichear sobre la vestimenta y físico de los asistentes. Una de ellas se dirige al joven recargado en la pared, con las manos en los bolsillos. “Mira, ahí viene esa puta”. Los tres apagan su cigarro comunitario y entran al salón, pero antes miran de pies a cabeza a la mujer alta, de vestido entallado con manchas de jaguar y unos tacones altos y delgados. La última de las chicas del grupo se apresura a entrar mientras dice: “Caminen, hay vestidas”.

Esta noche encontraré el amor

Quienes vienen al salón Marrakech; solos o acompañados (en su mayoría), entran a “ligar”. Mientras respiro puedo escuchar como un joven de botas cafés con un tacón más alto que muchas de las zapatillas de mujeres presentes, le dice a su amigo, quien descansa en la pared donde reposa la bandera gay, “te lo digo, esta es mi noche, hoy encontraré el amor”, lo dice con dulzura mientras exhala el humo de su cigarro.

Regreso al salón. Deseo encontrar a mis amigos para no permanecer solo. Avanzo por el camino que forma la gente en dirección a los sanitarios y el balcón, mientras me muevo al ritmo de la música que es igual de variada que las preferencias sexuales del lugar. Intento convencerme que la razón por la que bailo es para abrirme paso entre el ligero espacio que hay entre la marea de personas.

Mientras avanzo me pegan parejas que se han perdido en la pasión de un beso. Las caricias son tan penetrantes que una playera o una blusa no son excusa para las manos hábiles de los amantes que buscan la carne de su acompañante. Pienso que habrá personas que se pondrán tristes o se molestarán por no encontrar el amor.

¿A cuánto la cheve?

Voy cerca de la barra de color rojo, puedo ver en su techo un enorme candelabro que la adorna. Hay muchachos que suben a ella buscando lucir su físico, sin camisas bailan coreografías que son populares en el ambiente gay, no les importa el qué dirán, están ahí para que sus espectadores se den “un taco de ojo”, bailan con movimientos sensuales y cantan los coros de la canción elegida para su debut en la barra.

En la barra se presenta show de imitadores, que salen a interpretar a cantantes, como Lila Downs, Amandititita, Anahí, Mariana Soane o el clásico del ambiente gay: Gloria Trevi. También hay strippers, los cuales hacen una rutina de baile mientras lucen su ropa de cuero, pegada a la piel. Depende del que vaya a bailar la cantidad de carne que mostrará al público que lo verá o ignorará.

Detrás de la barra, bajo el candelabro, está el bar donde se puede comprar cerveza, es la bebida que se prefiere en el salón. También hay whisky, tequila, ron o vodka. Para los que no están cerca hay vendedores quienes se encargan de llevar cubetas de cerveza por todo el lugar durante toda la noche.

Creo que puedo ver a mis amigos cerca de los baños, queriendo llegar a ellos me escabullo de los círculos que se forman entre los asistentes, soy detenido por un de estos, en el hay jóvenes vestidos con camisas muy justas y con cuatro de los seis botones desabrochados, intento pasar pero parece que leen mis pensamientos y se mueven en la misma dirección que yo.

“¿A cuánto la cheve?”, dice uno de los jóvenes que se movía con pasos cortos mientras le dirigía una sonrisa pícara al mesero, que usaba una playera muy holgada sin mangas. Su ropa no dejaba nada a la imaginación y mostraba su cuerpo musculoso, supongo que así se tienen que vestir, para sacar la propina de la noche.

“A treinta pesitos nomás, ¿cuántas les doy?” Dice el mesero, mientras baja su cubeta de cervezas y se prepara para abrir algunas. “Una ronda para todos” dice el muchacho que le dirigió la sonrisa, al mismo tiempo que pasaba las bebidas a sus amigos, le dice “oye, ¿y cuántas tengo que comprar para que me des tu celular o salgas conmigo?”, El mesero se limita a sonreír y se va después de darle su cambio.

Así le dicen: El Marra


Con las tenues luces que apenas podían dejar ver el piso beige y las paredes de color verde, encontré a mis amigos interesados por lo que parecía ser una película erótica que se proyecta para hacer más amena la espera en la interminable fila de los sanitarios.

Nos movimos hacia la salida al ritmo de Soda Stereo mientras escuchábamos los coros de todos que acompañaban a Cerati en su canción: Persiana americana. El tiempo voló y a las cuatro de la mañana, al son de Antología, cantada por Shakira, el salón Marrakech empezó a encender las luces. Los enamorados entonan “y conocí más de mil formas de besar y fue por ti que descubrí lo que es amar…”

El salón comienza a vaciarse. Se observan las botellas de cervezas: doble XX, León, Indio o Sol rotas en el pegajoso piso; algunas a medio tomar abandonadas por la barra, otras cuantas, sin nada, por distintos lugares. Al caminar para salir del Marra, como lo llaman varios de los que conocen el lugar, tuvimos cuidado de no clavarnos las corcholotas que descansan como trampas en el suelo.

Cuando se sale, lo que primero se ve es el letrero que indica “Gracias por su preferencia sexual”. Al cruzar la puerta, el olor a tabaco y mota impregna la calle. Se escuchan voces que dicen “¿Dónde el after?” o “¿Pa´ dónde jalamos?”, otros, ya cansados por el alcohol y el baile, caminan a tomar taxis o recoger sus carros del estacionamiento que se encuentra a lado del salón.

Así, “el Marra”, como es conocido por la mayoría de sus asistentes, cierra sus puertas y apaga los focos que alumbran su nombre en la entrada. Sin luz el salón descansa para que al siguiente día abra y otras personas lleguen a buscar una aventura, el amor o una noche de diversión en el Marrakech.











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