BENITO TAIBO Y SAÚL HERNANDEZ, DIALOGAN ENTRE ROSAS

Por Andrea Bustamante
México (Aunam). Carpas blancas cubriendo los pasillos llenos de estanterías; desde las más conocidas editoriales como Alfaguara, Sexto Piso, Porrúa, Colmex, UNAM, etc., hasta las pequeñas y nacientes como Ladiéresis, se dieron cita para celebrar al libro en su día.

Para festejarlo, no sólo se requiere de exhibir la literatura, se necesita platicarla, discutirla, compartirla. Eso, aguardaba al fondo de los pasillos, en el lugar de los encuentros de tanta gente, el lugar donde estuvo Eduardo Galeano, Noam Chomsky, la casa habitual de la Orquesta Filarmónica de la UNAM: la sala Nezahualcóyotl o mejor conocida como la sala “Neza”.

Entre las manos de algunos jóvenes formados en las escalinatas húmedas de la sala, con rostros ansiosos ante la espera; podía verse un boleto naranja que leía: Sala Nezahualcóyotl; Fiesta del Libro y la Rosa; Benito Taibo/Saúl Hernández; Martes 23, 17:00 horas.

Como diría el cartero al poeta: “La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita”, dijo Benito ante las filas de la sala “Neza”, que llenas en su mayoría de jóvenes, aplaudieron el comienzo de una conversación entre conocidos, entre amigos. Saúl y Benito tienen desde antaño una historia en común, son cómplices de infancia reunidos para conectar entre ellos y el público con la literatura; festejar que aún entre calamidades, los acordes y las letras pueden salvar almas, “¡Aleluya! ¡Aleluya!”.

Comenzó con la lectura de Lope de Vega y Leonard Cohen una tarde de continuos intercambios literarios. Benito Taibo y Saúl Hernández, con efervescencia, humor y destreza, compartieron algunas de las huellas que la literatura ha dejado en sus vidas.

Ante la Neza, que ha sido guardiana de los más grandes, recordaría más tarde Benito la experiencia casi mística que tuvo al escuchar en este recinto a Leonard Bernstein. Las voces de los ponentes, que comenzaron sonando empequeñecidas y titubeantes, fueron hinchándose de emoción; habían llegado a un común acuerdo: cuando la literatura y la música se encuentran, algo sucede, la educación sentimental se complementa.

Así, entre citas de Rafael Alberti, anécdotas de Borges y la preferencia de Saúl hacia Mick Jagger sobre John Lennon, en respuesta a la pregunta casi obligada a todo roquero, hecha por Benito: “¿a quién prefieres, la neta, a los Rolling o a los Beatles?”; se habló del impacto de la influencia anglosajona en la música en México y del olvido de la música mexicana.

“Me cae, chavos, que si no han escuchado a Chava Flores, ajam, ¡tienen que escuchar a Chava Flores!”, dijo Benito y reiteró Saúl: “tengo que confesar que la primera canción que escribí fue en inglés, aprendí después, gracias a grandes maestros, a valorar lo tuyo, lo mexicano”.

Se habló del Día de Muertos y de esa manera tan mexicana que tenemos de interpretar la muerte, esa mezcla ancestral entre la jocosidad y lo trágico; la tragedia satirizada que sólo los mexicanos podemos entender, Mátenme porque me muero.

Coincidían también en lo emocionante que es estar ante jóvenes, platicar de cosas chidas, de música y literatura, pero enmarcándolas en un contexto social. “Un chavito de 13 años que lea El Diario de Ana Frank o Las Batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, difícilmente a los 18 será un sicario que corta cabezas”, dijo Benito, a lo que Saúl respondió: “La gente unida va a ser más poderosa que cualquier persona que esté en Los Pinos”.

Sonaron aplausos de personas levantadas de sus asientos; la plática había llegado a su fin. Durante una tarde la literatura y la música coincidieron, mostraron que pueden iluminar el camino de la juventud para no caer en el desasosiego y poder anhelar y creer en el cambio.






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