“PÁSELE GÜERITA, QUE LO ROBADO SE ESTÁ ACABANDO”

Por Jonathan Alberto Villar Maldonado
México (Aunam). La misa comienza. Una docena de señoras se reúnen entorno al padre que oficiará la celebración, el lugar, ubicado en la calle del Rosario, se encuentra lleno. La gran mayoría pasa sin percibir las palabras del sacerdote: las amas de casa quieren comprar jitomates y aguacates. – “dos por uno, pásele, pásele, este es el mercado de la Merced”.

El suelo se encuentra tapizado de hojas verdes. Los letreros anuncian precios bajos. En una de las esquinas los ancianos encorvados ofrecen cebollas y cilantro, unos a otros se quitan la palabra. Las señoras recogen del suelo sus bolsas llenas de verduras. En los locales hay niños haciendo tarea. Un tráfico de personas se comienza a conglomerar alrededor de los accesos al mercado, ya no se puede pasar, la gente empuja y no se entiende nada, una contaminación de ruido empieza a intoxicar el ambiente: son las 12:45, ya no cabe nadie más.

El metro Merced está dentro del mercado, la multitud que sale de él no hace más que ver la variedad de productos que se exhiben ahí. Dos hombres parados en las afueras del subterráneo miran fijamente a los transeúntes, los individuos portan ropa negra y rasgada, tienen aspecto de no haberse bañado en días, la gente se percata de ellos y decide no pasar a su lado o seguirse de largo sin mirarlos.

A cado paso que se da, los olores penetran las fosas nasales, se percibe la cebolla y el mole poblano; dos pasos al frente y el incienso invade los sentidos; un poco más allá y los tomates desprenden un aroma a podrido; a la vuelta, el pollo y los pescados termina de mezclarse en el olfato que está a punto de no distinguir lo percibido.


“Pásele, güerita, que lo robado se está acabando”-, grita un hombre robusto y con cara de pocos amigos. Quienes transitaban por el lugar voltearon y miraron los paraguas que exhibía. A lo lejos, una señora de baja estatura, y con bolsas llenas de verdura, le prueba un sostén a su hija, tiene aproximadamente 10 años.

La gente, poco a poco, va más rápido, chocando sin saber con quién, lo único importante es alcanzar los precios más bajos. El tiempo y el calor intenta vencer a la multitud, algunos no se dejan dominar por el transcurrir del día y siguen su camino con costales llenos de fruta o verdura en sus hombros.

A las afueras del mercado, las calles están repletas de puestos ambulantes, establecimientos con revista del Kama Sutra, películas piratas de todos los géneros posibles, en algunas pantallas se expone “Camino hacia el terror 5” y “Máquina del tiempo”, la mayoría trata temas de violencia y sexo. El calor llega a estresar a las personas. En aquel puesto de videos XXX, dos señores de apariencia robusta comienzan a discutir, uno se abalanza sobre el otro, pero llega un tercero a separarlos.

La masa se aglomera a las afueras del metro, todos llevan bolsas repletas de verduras o materias primas, algunos otros prefieren llevar a imágenes de San Judas Tadeo o la Santa Muerte, bultos de distintos tamaños y precios, unos que van desde los 150 pesos, hasta los que llegan a costar mil pesos.

Llegada la tarde, el mercado se comienza a vaciar, los locales están por cerrar, los puestos de comida siguen llenos de gente que después de un día ajetreado desea comer en el puesto de “doña lucha”.

Todo vuelve a la completa calma. Un día más acaba de pasar. El ruido ya no ensordece. Cajones se escuchan arrastrar. Cortinas de metal se oyen chocar contra el suelo. La salida se llena. Los vendedores se notan un tanto agotados, mañana, quizá, todo vuelva a cobrar vida aquí, en el mercado de la Merced.









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