PASOS SIN RUMBO...

Patricia Ixchell Quintana Juárez
México (Aunam). Echados sobre el suelo, como despojos humanos, duermen cientos de personas sobre las calles del Distrito Federal, la ciudad con mayor densidad poblacional en México. La mayoría son menores de 14 años. Son niños de la calle que forman un ejército de 11 mil almas.

Deambulan durante el día por cualquiera de las calles de la ciudad, buscando algo que llevarse a la boca y descansan a la intemperie, en cualquier rincón sin importarles los peligros que los rodean, cada día es una nueva aventura para estos pasos sin rumbo.

“Mi mamá me dijo que tenía que esperar hasta que ella regresara, me hizo cerrar mis ojos para no ver por donde se iba, si no, no me iba a dar mi helado, ese fue el último día que la vi. Esperé a que volviera, me quedé sentadito en la esquina, pero no regresó ese día, ni al otro..."

“Me dio miedo cuando se hizo de noche y comencé a llorar”, menciona con cara de funeral, Andrick, un niño de ocho años, abandonado por su madre en la calle de Madero, en el Centro Histórico dos meses atrás.

En México hay 52 millones de pobres, de acuerdo con estadísticas del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), millones de personas que son producto de la recesión y el pasado de pobreza del país y que viven todos los días con el Jesús en la boca rezando para que el dinero les alcance.

Los niños y las niñas son las principales víctimas de la pobreza, pues con base en estadísticas que maneja el Fondo Internacional de Emergencia de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) 43.84% de los niños en situación de calle fueron abandonados por sus familias o salieron de su núcleo familiar por la escasa economía familiar y la violencia que ésta genera.

“Cuando mi papá me dijo que sí regresaba me mataba, supe que debía salirme de mi casa y no regresar jamás”. Esa fue la amenaza que lanzó a Horacio a las calles de Veracruz cuando tenía tan sólo seis años y desde hace dos duerme en Coruña, en de los albergues abiertos por el gobierno del Distrito Federal, para personas en situación vulnerable.

La madre de Horacio murió cuando tenía tan sólo tres años; su padre no tardó mucho en encontrar en el alcohol y en otra mujer un remedio contra la soledad. “Un día mi papá le pegó a mi madrastra, al verlo yo me le fui a golpes, él se quedó tumbado en el piso gritando que no regresara jamás.


“Eso hice, de repente me encontré solo en la calle”, explica el niño que tuvo que madurar de repente “y no sabía qué hacer”. Se junto con otros niños de la calle y durmió ahí durante algunas semanas. “Era muy peligroso, primero tenía que evitar a los policías que nos perseguían, nos pegaban o nos cobraban por estar en la banqueta, los primeros días no dormía bien por miedo de que me pasara algo, luego me fui acostumbrando, vivir en la calle no es tan pesado, rápido conoces amigos, compartes el vicio y más pronto de lo que te das cuenta ya tienes una nueva familia.”

Hugo Flores, trabajador social de la Fundación Pro Niños de la Calle I.A.P del Distrito federal, menciona que la razón principal para exista este problema es la pobreza, pues la falta de dinero produce que dentro del núcleo familiar se manifiesten agresiones psicológicas, físicas y verbales.

Aunque también existe el lado oscuro de este malestar, el abandono infantil, la causa de que los niños en esta situación maduren antes de tiempo, pero sobre todo crezcan con carencias emocionales relacionadas con el amor materno e intenten llenar el hueco con cualquier persona que los rodea.

Los vínculos que establecen en sus grupos son muy fuertes. Suelen aferrarse a las personas como la oportunidad de una nueva familia que esta vez no los va a abandonar, porque entre desamparados no se pueden olvidar.

Tú ponle ahí que me llamo, que me llamo Jonathan. Tengo 15 años, pero me prostituyo desde los 13, mi mamá me corrió de la casa porque comencé a consumir drogas, me llevó a varios anexos por Bellas Artes, pero como ninguno dio resultado ella y el cabrón de mi papá me corrieron de la casa.

Son las nueve de la mañana en la Fundación Pro niños de la calle, institución ganadora de la octava edición del premio Sofía contra las drogas. Aquí llegan los niños de la calle que la institución se encarga de buscar por todo el Distrito Federal, para darles comida, ropa, dejarlos que se duchen y si quieren vivir en esas condiciones hasta que cumplan 18 años. Ningún chico es obligado a quedarse.

Jonathan es uno de esos niños que entra y sale de la Fundación dependiendo de las ganas que tenga de drogarse. Para comprar activo, sustancia con la que le encanta dinamitarse el cerebro sabe que debe cumplir con el círculo vicioso de salirse del Alberge Coruña el domingo, limpiar parabrisas; si el dinero que junta no es suficiente hace ojitos dulces y pide limosna en cualquier esquina aunque puede llegar a la solución más rápida… prostituirse en la merced, todo por comprarse el elixir letal; luego vuele al alberge.

Cuando está afuera gana unos $250 a la semana, a él se le hace una fortuna. Cuando uno es de la calle siempre hay gente amable que te da una moneda para que te compres un taco, un taco de vez en cuando ayuda para callar la tripa pero lo que sirve mejor es la droga. Cuando tengo ganas ponerme bien chido me compro 50 pesos de activo y eso me dura tres días.

Jonathan tiene el cabello rasurado, su mirada es zigzagueante cada vez que mira a una mujer hace el mismo ritual, primero posa sus ojos oscuros sobre el rostro y va bajando la vista dando largas pausas en los pechos, su estatura es corta, no alcanza el metro con 40 centímetros. Lleva dos días enteros sin drogarse.

Eso es lo que no puedo dejar: las drogas. La mariguana es la que más me gusta porque me amensa. Pero el activo es el que consumo más porque es muy barato, lo venden en las ferreterías, además lo que me gusta es que me deja bien tonto, luego me duermo todo el día, muchos quedan bizcos por el activo, menciona mientras abre los ojos, o quedan locos; a mí no. Ni siquiera me ha dejado loco. Porque el activo es cabrón. Muchos de los que conozco se han quedado tontos por inhalarlo.

Las drogas no me dan miedo, lo que sí me da cosa es el SIDA, aunque aquí en la Fundación nos hacen la prueba a cada rato. Pero si me da miedo, porque un amigo que tenía murió de eso. Yo hasta eso soy negativo. Soy un cabrón con suerte.

David Espinoza, Psicólogo, menciona que el perfil de los niños de la calle ya no es el mismo de años atrás, pues la gran mayoría de estos chicos, ya no visten ropas que les quedan grandes, no están sucios, pues con el dinero de su trabajo viven en hoteles. Además, la prostitución ya no es una herramienta tan empleada para conseguir dinero.

Sin embargo, menciona el especialista, todas las sociedades están llenas de estereotipos y lamentablemente la cultura mexicana no es la excepción, tiene muy arraigados sus ideales de clase, por eso es común ver que los niños en situación de calle traten de mimetizarse con su entorno para evitar cualquier tipo de discriminación, tipo de violencia que sufren más estos niños.

¿Qué va a pasar con los niños?




Ojos bizcos, miradas taciturnas que se esconden bajo la mugre de hace más de un lustro, cuerpos que despiden olor a pudrición y materia fecal, almas que tratan de olvidar los recuerdos, niños que estiran la mano para sobrevivir un día más. En el Centro Histórico, a una calle del Metro Juárez se encuentra uno de los campamentos de indigentes más grandes del Distrito Federal. Desde hace más de cuatro años estas personas comenzaron a habitar la calle Artículo 123.

Primero eran cinco, luego llegaron diez y ahora son más de 57 habitantes de diferentes edades. Todos sobreviviendo en casas hechas de lonas de plástico, colchones viejos, sillones, tablas y cartones que hombres y mujeres han convertido en su hogar.

A mí los que me preocupan son los niños señorita, ya como sea los grandes tuvieron su oportunidad de elegir la vida que tienen pero esas criaturas, no, señala con su dedo índice, el vigilante Alfredo Rivera, a través del vidrio del restaurante, a una madre que duerme con sus tres hijos, uno de ellos de pocos meses, al que abraza de forma protectora. Los dos chiquillos de entre cinco y ocho años no sueltan ni en sueños lo sacos blancos en los que tienen sus únicas pertenencias.

La madre abre un ojo, alterada por el paso veloz de un carro, comprueba de forma protectora que sus hijos siguen a su lado y vuelve a cerrar nuevamente sus ojos, mientras atrae para sí a su bebé.

Qué van a saber de la vida esos niños, van a vivir todo el tiempo pensando que lo que les tocó soportar es injusto, prosigue Alfredo, además las mujeres que habitan el campamento, salen embarazadas a cada rato y se alivian ahí.

--Y ¿no ha muerto nadie?

--Hace poco murió un niño, me enteré porque todos los días pasó por el campamento para ir a mi trabajo, ese día fue distinto nadie me pidió dinero y estaban tranquilos. Había una cruz llena de juguetes, pensé que había muerto un niño y sentí horrible. En la tarde un amigo del trabajo me confirmó la sospecha

--¿La mujer recibió algún tratamiento?

--No, sólo vino una patrulla y se fue a los 20 minutos.

Desde el año 2007 habitantes, comerciantes y trabajadores que viven a una calle la estación del Metro Juárez, se han unido para hacer una lista de quejas con el fin de quitar a los indigentes de Artículo 123, pues los malos olores, agresiones verbales y amenazas han hecho insoportable la convivencia.

Sin embargo, la única respuesta que han recibido se publicó en el mes de septiembre del año 2011 en el periódico El Universal, en el artículo el director general del Instituto de Integración y Asistencia Social (IASIS) César Cravioto mencionó al medio que “vivir en las calles no es un delito, no hay porque molestarlos por el simple hecho de vivir en la calle”

¿Qué va a pasar con los niños? es la pregunta que fluye todos los días por la mente de la mesera Silvia Nifaro Serrano, pues cada día busca una posible solución al problema. Procuro darles de comer todos los días, sobras de lo que queda del restaurante, mejor que se lo coman eso y no que se eche a perder, pero luego se pelean entre ellos por la comida y me dan miedo cuando se ponen agresivos. Luego opté por darles dinero, pero iban y compraban su droga y pues tampoco voy a estar desperdiciando mi dinero, ahora lo que hago es intentar platicar con los niños y con las mamás para que vayan a una Fundación pero no quieren, no les gusta la idea yo no sé por qué.

En México hay 11 mil niños de la calle según cifras del periódico La Jornada, de los cuales menos de 2% acuden a asilos o fundaciones que les ayuden a llevar una vida mejor, mencionó en una entrevista exclusiva el psicólogo David Espinosa.

“No van a instituciones que los ayuden porque no les gustan las reglas y generalmente en estos lugares siempre hay límites”, expresó el especialista. Sin embargo, no se pueden generalizar las razones por las cuales éstos niños no acuden a esa instituciones, pues al hacer un sondeo de opinión con los infantes en situación vulnerable en la calle Artículo 123 del Centro histórico, el 66% de la muestra expresó que no iban a fundaciones, ni asilos porque en esos lugares no podían ganar dinero. Capital la razón para que los infantes de la calle no quieran salir de ella jamás.

Con la creciente violencia que vive el país, el crimen organizado ha tomado las calles de la ciudad con ayuda de los grupos vulnerables: desempleados, ancianos, jóvenes y niños para repartir su mercancía, pero este problema se expande cuando los que son reclutados son niños de la calle, son presas fáciles pues no tiene nada que perder, ni nadie que los extrañe.

Escribe ahí que mi nombre es Fernando, tengo 16 años e ingresé a la Fundación Pro Niños de la Calle porque estoy intentando rehabilitarme.

¿Por qué?

Pues porque hice algo de lo que me avergüenzo cuando estaba drogado

¿Qué?

Maté a un tipo, musita, mientras ve sus manos despintadas por el consumo constante de activo, sustancia que sirve para limpiar las tuberías del drenaje y que elimina el color de la piel a su contacto.

¿Cómo?

Le volé los sesos, yo vendía droga y él le debía a mi patrón.

¿Por qué decidiste meterte en este negocio?



Porque me pagaban bien además me daba poder, hacía que me sintiera muy importante, pues en la calle me miraban distinto, me veían con respeto y ya no tenía que pedir dinero para vivir.

Drogas, prostitución, abandono o violencia, son algunos de los males que marcan y construyen un futuro incierto para los niños de la calle, pues cada uno de éstos adhiere su vida a ciclos de dependencias emocionales y económicas, ya que la forma más común por la que ellos sobreviven se basa en la economía de la caridad, a través de la limosna que la gente les da.

Pero aunque dar dinero a las personas en situación vulnerable es un acto noble, cada moneda es una navaja de doble filo, porque ancla su estadía en la calle y ayuda a prolongar un futuro de miseria en donde no se tiene nada, porque el recuerdo de lo que algún día fue su vida es doloroso.

Como menciona Andrick “Yo trato de ya no pensar en el pasado, siento muy feo, sobre todo si pienso en mi mamá porque yo me paso horas recordándola y sé que ella no me extraña”.







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