SER VOCEADOR ES UNA FORMA DE VIDA


“Los voceadores han sido por mucho tiempo los
representantes de la difusión masiva de la información,
el eslabón que une a los medios con la sociedad”

Carlos Monsiváis

Por Fanny Ruiz Palacios
México (Aunam). “La vida es broma para ellos y así hay que vivirla”, escribió Jorge Davó Lozano sobre los voceadores de México, un grupo de personas que “tienen el orgullo del oficio porque saben que ellos son parte muy importante de las empresas editoriales”.

“Cuando era niño iba a Bucareli a cada periódico para recoger el paquete de material que vendería. En eso, veía como los voceadores llegaban en diablitos o en bicicletas y a todos los que se descuidaban al pasar cerca de otros papeleros les jalaban los cabellos y si no veían al responsable, todos se reían”, recuerda Mario Navarro Gaona, quien a sus 64 años es jubilado de La Unión de Expendedores y Voceadores de los Periódicos de México.

Mario Navarro ha sido voceador toda su vida, “desde los 10 años acompañaba a mi mamá a la calle Artículo 123, allí estaba el expendio que abastecía de periódicos la esquina de Hamburgo y Varsovia en donde se ubicaba nuestro puesto que abríamos desde las 7 de la mañana hasta las 5 de la tarde”.

“Llevo 56 años en el oficio. Desde que tenía 9 años iba por el periódico, armaba el puesto, esperaba a que mi mamá llegara para después asistir a la escuela; y a la 1:30 de la tarde regresaba a la esquina donde estaba el negocio de la familia para seguir vendiendo”.

Según Pedro (Pepe) Santoyo, “antes al voceador no le decían voceador, le decían el papelerito. Eres papelero, como diciéndole lo más bajo que había. El que andaba gritando era un papelero y un papelero nada más, sin ninguna personalidad porque no estaba adherido a ningún grupo”.

La razón para decirles “papeleros”, a partir de lo que indica la investigadora de la UNAM Martha Celis de la Cruz, es porque a los periódicos se les conocía también con el nombre de papeles. Y para su distribución surgió o apareció el oficio de vendedor de noticias.

Los voceadores sacaban el periódico y corría de un lugar a otro gritando las noticias, “leía gritando el encabezado de la noticia más llamativa, por eso les pusieron voceadores”, afirmó Santoyo.

Ante esta situación generada del trato hacia los papeleros, surge una organización en donde fuera indispensable la estrategia para distribuir los medios de comunicación impresos, en especial de los periódicos; al mismo tiempo que se vigilaran los derechos y deberes, individuales y colectivos, de los miembros. La Unión de Expendedores y Voceadores de los Periódicos de México se creó para darle personalidad a ese grupo y para defenderlos de las autoridades.

La Casa del Voceador

La Unión de Expendedores y Voceadores de los Periódicos de México, A. C., antes “Unión de Expendedores y Voceadores de la Prensa del Distrito Federal”, se creó el 15 de enero de 1923 en la Ciudad de México.

A lo largo de 87 años La Unión se ha consolidado como la institución más antigua del periodismo mexicano al servicio de los medios impresos y de los lectores de la Ciudad de México y su área metropolitana, y ha contribuido al ejercicio y democratización del derecho a la información además de luchar por lograr mejores condiciones de vida.

En un principio, La Unión estaba formada por 2 mil agremiados, voceadores, repartidores y expendedores: mil hombres, 500 mujeres y 500 niños. Hoy, cuenta con 10 mil miembros y está equilibrada la cantidad de trabajadores de ambos géneros. Es una organización independiente, plural y apartidista, donde sus miembros expresan libremente sus preferencias políticas e ideológicas.

Desde 1953, cada año el 20 de abril se celebra el Día del Voceador con el fin de conservar y reafirmar el espíritu y vocación de servicio a los lectores y medios impresos.

A la fecha se distingue por ser una institución que sostiene y gestiona con sus propios recursos una clínica de salud; brinda a sus jubilados apoyo económico y atención médica; en la escuela primaria Voceadores de México se otorga a los hijos de los voceadores becas y apoyos como útiles escolares, alimentos, transporte, al tiempo de organizar actividades recreativas gratuitas para beneficio de todos sus miembros activos.

Para Mario Navarro Gaona “la Unión cuenta con un buen servicio médico, mejor que el Seguro Social, pues cada vez que se padece de algún mal se atiende al instante, a diferencia del Seguro donde te dicen que regreses luego de un tiempo o te dan una cita, que tarda un tiempo, para hacer estudios y después de los tardíos resultados, se agenda el día de la operación o de lo que sea que se necesite [...] mientras que la enfermedad avanzó”.

En el caso de la Escuela del Voceador, afirma que a los asistentes les dan desayunos y comidas, también, hay transporte escolar y, cada mes o mes y medio, realizan paseos.


Esquina aprobada, esquina apropiada

Eugenia Gómez, de 38 años, pertenece a La Unión de Voceadores, vende desde hace 6 años y su esposo desde hace 12, quien formó parte de los voceadores y expendedores luego de no encontrar trabajo como mecánico.

Eugenia empieza a colocar su puesto desde las 9 de la mañana y lo retira después de 12 horas, en la esquina ubicada entre las avenidas Hidalgo y Guerrero, muy cerca de la Casa del Voceador.

Todos los días tiene que estar en Bucareli antes de las 9 de la mañana, hace un pedido semanal, en un expendio, de lo que quiere para su puesto de periódicos y revistas, “la cantidad que pido depende de mis ventas, si vendo bien puedo pedir más material, pero si no vendo todo pido menos”.

Mario Navarro, quien también pedía una cantidad de periódicos, dice que dependiendo de las noticias del diario, los voceadores pueden solicitar más o menos producto.

Para formar parte de La Unión les den su credencial, explica Eugenia Gómez, “debemos buscar una esquina en la cual no haya un puesto de periódico a 300 metros, durante dos meses tenemos que juntar los vales que nos dan en el expendio para que vean que estamos trabajando; si durante todo ese tiempo no nos quitan, registramos ante La Unión la esquina como propia”.

Sin embargo, Mario Navarro afirma que “La Unión después de 5 años da credenciales de Regularización, Aspirante o Efectiva”. Y coincide en que eligen una esquina pero dice que “en dos cuadras al norte, sur, este y oeste no debe haber otro puesto”.

Corrupción de “Vías Públicas” en Cuauhtémoc

Durante la Independencia y en la Revolución el papel de los voceadores fue muy importante para la construcción de las libertades de información, de opinión y de conciencia.

La censura, según la página 36 del texto La imprenta y la batalla de las ideas de Hugo Vargas, tiene su origen en “la cédula de 1543 que prohibía que circularan en las colonias novelas y otras obras de imaginación y en 1585 se insistió en registrar a los navíos por si llevaban libros políticos”.

Desde la creación de La Unión, todos sus miembros no han dejado de instalar por las mañanas sus tijeras ni abrir sus puestos, hacer circular y vocear los periódicos en las calles ni en los peores momentos de nuestra historia sea por conflictos sociales o políticos o por dolorosas tragedias causadas por desastres naturales.

Sin embargo, en la actualidad, hay personas con “poder” que intentan terminar con sus libertades. En más de un mes “han pasado personas que vienen de la Delegación (Cuauhtémoc) a decirme que no puedo poner mi Tijera con revistas, llevo 12 años poniéndola y ahora me dicen que no puedo hacerlo y me piden dinero”, narra Eugenia Gómez.

Cuando aquel grupo procedente de la delegación le dijo que estaba prohibido acomodar sus revistas sobre una mesa de madera y en la Tijera, Eugenia preguntó a La Unión si era verdad lo que le decían que no podía hacer, a lo que le respondieron que era mentira y que no le podían pedir ningún dinero. Le aconsejaron que, si pasaban de nuevo, anotara las placas y les pidiera una identificación, agregando que si tenían algo que objetar fueran a La Casa del Voceador.

“Una camioneta con las palabras escritas “Vías Públicas”, también ha pasado al negocio de Rosa María, compañera vendedora de Eugenia, “me dicen que no puedo tener aquí a fuera, en esta tabla (mesa) mi mercancía (dulces)”.

Y recuerda aquella conversación que tuvo con los hombres procedentes de la delegación: “me dijeron –nos la vamos a llevar o le tiene que entrar, -no le voy a entrar porque yo pago en la Casa de los Voceadores, les dije. –No, no puedes tener esto aquí, ¿con cuánto le vas a entrar?, -pues voy a hablar con mi Secretario y no le voy a entrar”.

Antes vendía más…

Entre Hidalgo y San Fernando se encuentra el puesto de Rosa María Sánchez de 50 años, quien inicia sus ventas desde las 6:30 de la mañana hasta las 9 de la noche, hora en la cual la Luna vela y alumbra las calles que están cubiertas de oscuridad.

Cada día Enrique Valencia sale de su casa con dirección al expendio, ubicado en avenida Morelos 26 Y 28 (6040) delegación Cuauhtémoc, colonia Centro de la Ciudad de México, a donde llega a las 6 de la mañana para comprar algunos periódicos y revistas, además de abastecerse de dulces, galletas, refrescos y otros productos.

Hoy compra poco material impreso: 15 periódicos El Grafico y tres de la Prensa. La razón es que “casi no vendo, antes teníamos 4 esquinas, mi papá es voceador desde 1939 y mi mamá desde 1942, pero cuando dejamos de vender generamos deudas con el expendio y nos quitaron tres puestos. Sólo tenemos éste pero no me compran, la gente que pasa por aquí ya lleva el periódico en la mano”.

En este sentido, Eugenia Gómez no considera que ser voceador sea una manera de hacer buen dinero porque ahora “ningún negocio es bueno, por ejemplo, a veces no se venden las revistas porque están muy caras, la mayoría cuesta 30 pesos y la gente no quiere pagar eso”. El Grafico es el que más se vende, como es el periódico que más le compran es lo que más pide en su lista del expendio.

Antes se vendía más, considera Mario Navarro Gaona, pero “a partir de 1985, luego del terremoto, con la devaluación del peso y con la llegada del internet en la vida de las personas, se perdieron las ventas. Las personas pueden pensar <<¿para qué gastar en comprar un periódico, si con pagar 20 pesos en un establecimiento de internet puedes ver todos los periódicos>>”.

El voceador de hoy

Cada mañana y tarde en la avenida Copilco, a la altura de Insurgentes, un voceador del periódico Reforma vestido con un uniforme y gorra verde, lleva en la mano izquierda unos periódicos mientras camina entre los carros, que ansiosos esperan la luz del semáforo que significa siga.

El hombre identificado como voceador, está parado en la esquina a lado de su diablito en donde está un montón de periódicos. Mira a todas partes como una manera de distraerse, quién sabe en qué piense mientras espera que el alto llegue.

Su rutina es la misma: luz verde, ignora a los conductores, luz roja se dirige hacia ellos esperando le disminuyan la cantidad de diarios y le compren uno.

Con la mano derecha levantada sostiene un Reforma, mientras camina en dirección opuesta al sol, y en sentido contrario de los vehículos. No dice nada, es silencioso. Su rostro no refleja impaciencia, sus ojos miran a los conductores esperando alguien le llame o le haga alguna señal para indicar que adquirirá un diario.

Son pocos los que le compran, pero tiene el resto de la mañana y toda la tarde para generar algunas ventas.

Un voceador universitario

En 1963 estudiaba medicina en la UNAM, una carrera, a su parecer, muy costosa por la falta de recursos para comprar libros y el instrumental necesario para un médico.

Por un tiempo “trabajé sellando bolsas de plástico pero el salario no era suficiente”. Así que un día, revisando el Periódico Novedades “me encontré con un aviso en dónde solicitaban voceadores para el suplemento México en la Cultura dirigido por Raúl Noriega”. Tenía 18 años y duré un año como voceador, tiempo suficiente para perder la carrera.

Cuando empecé a ser voceador me dieron la libertad de vender el suplemento en la puerta de las escuelas del Poli (Instituto Politécnico Nacional) o de la UNAM, como era estudiante de la Universidad Nacional se me facilitaba ir a las facultades cercanas a circuito interior para vocear y vender.

Diario ganaba 17 pesos con 50 centavos, era mi sueldo base; el periódico costaba 5 pesos y me daban una comisión de un peso por cada suplemento que vendiera. En ocasiones vendía poco porque no había la cultura de la lectura en los estudiantes. Además, era muy difícil porque casi no llevaban dinero, quienes me compraban eran maestros o funcionarios de las escuelas.

Todos los días iba a la oficina de México en la Cultura en el tercer piso del periódico Novedades a las 10 de la mañana para recoger el suplemento, regresaba antes de las 7 de la tarde a dejar el sobrante y el dinero de lo vendido.

“El oficio lo aprendió viendo. En el Casco de Santo Tomás, donde se encuentra la Unidad Profesional “Lázaro Cárdenas” perteneciente al IPN, voceaba el suplemento en los diferentes centros y unidades escolares. A veces estaba en el campus y otras en la banqueta”.

Como tenía acceso a las universidades, “vendía más periódicos que otros voceadores, así que me pedían ayuda otros compañeros para que no se les quedaran sus periódicos. Ellos vendían El Gráfico y, como era intermediación, me ofrecieron 1 peso o 1 peso con 50 centavos como comisión”.

“El papelero tiene un carácter muy abierto”, dice Elena Poniatowska y Armando Rojas Arévalo tuvo que entenderlo. “Para empezar a vender tuve que romper con los prejuicios pues cómo un estudiante de medicina iba a vender periódicos en la calle. Como ayudaba a vender El Grafico, llamaba la atención con este diario y después mencionaba el suplemento, así vendía más”. Los periódicos de la tarde sacaban las noticias de alarma que no sacaban los diarios serios de la mañana.

“Aprendí a respetar a los voceadores porque es un oficio que viene de generación en generación, ellos madrugan desde las 3 de la mañana para llegar a los talleres de los periódicos. Veía que salían con mil o 500 periódicos amarrados a la bicicleta, llegaban a la esquina y allí ya los esperaba su esposa o sus hijos para empezar a vocear y vender”.

Cuando los voceadores iban por sus periódicos “les pasaban lista y anotaban cuántos diarios se llevarían. Regresaban a dejar el dinero y el sobrante como a las 5 de la tarde”. Tenían que cumplir con una cuota que consistía en “vender como mínimo el 80 por ciento del material solicitado”.

Elena Poniatowska escribió: Con una voz muy ronca y una imaginación realista, van a la calle Amores: “¡Espantoso crimen en Amores!”, hasta que salen todos los vecinos y se amontonan a su derredor. Compran el periódico aunque al leerlo se llevan un gran chasco. El propio Ruiz Cortines le compró el periódico una vez a un gritón que anunciaba la muerte de María Félix. Al ver que la Doña sólo se había arañado un pie se enojó y reclamó al diario culpable.

Y en este sentido, explica el periodista y académico de la UNAM, Rojas Arévalo que “como voceador se debe tener psicología para saber cuándo una noticia atrae a una mujer y a un hombre”.

“Nunca inventamos las noticias sólo agregamos datos para vender más. En una ocasión voceé una noticia de un joven que fue asesinado y dije que había sido cerca de allí, aunque era en una colonia diferente”.

Los voceadores eran personas de carácter audaz, expertos en torear carros y camionetas, afirma el académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, pero a lo largo de su historia, los voceadores han sido despreciados por algunos sectores sociales.

En este sentido, Concepción Peralta Silverio escribió: “su importancia de este gigantesco mercado es trascendental, pues sin ellos no se podría enlazar la enorme cadena humana que la da la vida, ni llegar al objeto final y común de todos los que brindan su esfuerzo: el lector. Quizá son el último eslabón, el más pequeño en este proceso, pero el más importante; los voceadores permanecen activos durante diecinueve horas al día, desde la madrugada hasta la noche que los despide”.

Antes de ser periodista, Armando Rojas Arévalo fue voceador y ahora comprende el verdadero significado de este oficio: “Hacer ese trabajo fue una gran experiencia de vida, aprendí a tener sensibilidad con la gente. Pude ver cómo las familias se integran y crean un oficio familiar [...] Los voceadores se protegen y defienden, el amor entre ellos es enorme […] Durante el tiempo que fui papelero conocí qué le interesa saber al público y, en función de eso, aprendí a recrear la información para darle un sentido atractivo”.





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