MUSEO NACIONAL DE LA ACUARELA: PUNTO DE COLOR ENTRE LA OSCURIDAD

Por Michelle Montserrat Morelos Cabrera
México (Aunam). Apenas a dos cuadras de distancia donde reina el bullicio caracterizado por la gran urbe, se encuentra un lugar que brinda la oportunidad de alejarse del ruido citadino para encontrar la anhelada paz. El museo Nacional de la Acuarela “Alfredo Guati Rojo” es un punto de color entre un mundo en blanco y negro.

Personas apresuradas que salen en masa del metro Miguel Ángel de Quevedo han quedado atrás para dar paso a observar a gente con caminar pausado y tranquilo. El museo Alfredo Guati Rojo ubicado en la delegación Coyoacán, va más allá de las pinturas, la casa transporta a una tarde cálida de verano, parecida en clima y ambiente a una residencia en la Ciudad de Cuernavaca.

Este lugar fue fundado en la colonia Roma, en el año de 1967, pero por el terremoto de 1985 fue trasladado hacia el fondo de la calle Salvador Novo. Cuenta con amplios jardines, donde se combina el olor de pasto mojado y el de las flores frescas, aroma perfecto para presentar la suavidad en el pincel en un cuadro.

En la puerta de acceso se encuentra la bitácora de visitantes del museo, con un promedio de 140 asistentes ese día. la mayoría de ellos podían jactarse de tener un apellido rimbombante, un ejemplo Buenrostro o Ferrer y proceder de escuelas privadas como el Tec de Monterrey y el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).

Jóvenes vestidos con Abercrombie, Hollister y Levis, adultos con tez pálida y ojos claros corresponde a la descripción mayoritaria de las personas que se encontraban caminando entre las áreas verdes y las salas. Aunque la localidad es gratuita, no significa que se democratice la asistencia.

El sendero de la entrada conducía a la exposición temporal que terminaba ese día 7 de marzo del 2011. A lo largo de seis semanas ahí presentaron sus obras maestros y alumnos, que formaron parte de las distintas clases impartidas dentro del recinto en el año 2010.

La acuarela como protagonista de la mayoría de los cuadros en la sala, convivía con los retratos hechos a lápiz de cuerpos desnudos bien delineados. Lienzos que con su técnica reflejaban la paz que irradia el lugar, dibujos donde se expresaba la inocencia de sus creadores no mayores de doce años, pinturas expresionistas llenas de furia o alegría, eran parte de las creaciones que conformaban la exposición.

Algunas de ellas estaban a la venta, con precios que iban desde los dos mil hasta los dieciséis mil pesos. Las obras que más se hacían notar eran los paisajes y en las que los dos visitantes que en ese momento se encontraban en la habitación, detenían su andar para observarlas con más cuidado.

Con tan poca cantidad de público en la sala, se notó la contradicción de que en un principio se veía en el registro 140 visitantes y al caminar por todo el museo, entre las 5 y las 6 de la tarde del domingo, se vieron máximo a doce asistentes por todo el lugar.

Al pedir una explicación al encargado de la tienda de recuerdos del lugar persona de edad avanzada y con un bigote perfectamente bien peinado. comentó que por lo general no hay una gran afluencia de personas en el museo, sólo que ese día hubo un evento especial, más aparte, se dieron clases de pintura a cerca de 30 estudiantes.

“El problemas es que los fondos que sirven para el mantenimiento y la difusión del lugar, son proporcionados por un patronato y por el dinero de las clases de pintura que se imparten en este museo. El gobierno no nos apoya para que más gente conozca este sitio”, afirma este trabajador quien lleva más de diez años laborando en este recinto.

El atardecer nos susurraba un hasta luego. Prometiéndome a mí misma y a mi acompañante que algún día volveremos a visitar aquel museo que tiene como bondad alejar de las presiones, aunque sea un medio día.




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