EL “ARTE ACÁ” DE LA PINTURA: TEPITO


Por Pablo Rodrigo Osset
Cuando llegué al barrio bravo el calor era sofocante y el sexto vagón del metro de iba repleto de gente que, con bolsas, maletas y cajas cargadas de fayuca, esperaba ansiosa la siguiente parada para tener un respiro de aire menos viciado y expandir algunos milímetros los linderos del espacio vital. En la estación Tepito, las puertas del vagón se abrieron y dejaron salir a varias decenas de personas en bloque.

El corazón al borde de un infarto, las agallas atoradas en la garganta, el sudor resbalando por las palmas de la mano, humedece todo al tacto. El barandal es la cuerda de salvación entre el mundo subterráneo y el exterior que te recibe; el icono de la estación –un guante de box- es una mezcla de memorial, homenaje y advertencia de que usted ha llegado a la tierra del luchador.

“Tepito es considerado como tierra de nadie, centro del poder criminal incontenible, el almacén de drogas más grande, capital de la impunidad en México”. Con estas palabras inicia el prólogo del libro Tepito: del antiguo barrio de indios al arrabal.

El Eje Uno Norte se pierde entre automóviles, compradores y vendedores. Es un sendero de puestos interminables que penetran en las calles aledañas. Sangre de fayuca, chácharas, alimentos y bebidas. La gente parece no prestar atención a los peligros anunciados por la opinión pública (más de uno huye al mencionar el barrio).

Amas de casa compran las últimas novedades en reducción de peso, jóvenes modelan frente a sus amigos los artículos de una moda Kitch; la marca: Ed Hardy, propia del lugar. Y los niños observan pasmados pantallas con videojuegos en ejecución, mientras a su alrededor todo es movimiento entre el smog, el agua estancada y callejones interminables.

Conforme uno se va acostumbrando a los ríos de gente, al ensordecedor cúmulo de géneros musicales y olores indescifrables, y la caminata va dirigida hacia las bocacalles, la vida comercial va quedando atrás y el arrabal ha quedado al descubierto; casas olvidadas; tendederos volando al aire como papalotes multicolores; las vecindades capoteando las demoliciones. Todo está ahora al descubierto. Y su cultura comienza por sudar en sus muros.

Dentro de una vieja vecindad, ahora convertida en el Centro de Estudios Tepiteños y taller de hojalatería artesanal, se esconde un mural. Bañado con una fina capa de polvo metálico, entre cajas, tambos de contenidos indescifrables, el último vestigio de una época donde los pinceles, pigmentos y manos eran las voces de un barrio que estaba urgido de manifestarse y que encontró el espacio en la pintura.

Cultura de barrio

La importancia cultural de Tepito ha sido remarcada por escritores, pintores y músicos mexicanos y extranjeros. Desde el punto de vista de la cultura popular, Tepito posee una secta única con el culto a la Santa Muerte, una vida nocturna vibrante acentuada por el hecho que colinda con Garibaldi (la zona de música de mariachi más famosa de México), y la reputación que tiene de ser un "barrio bravo" que ha producido grandes figuras del boxeo, la lucha libre y el balompié.

La novela Los hijos de Sánchez, de Oscar Lewis, ocurre en Tepito; después de una investigación seria durante los años sesentas, Lewis recrea a una familia, ubicada en Tepito durante la época de vertiginosos cambios económicos y sociales, que refleja la cultura de la pobreza, aquella que no se debe difundir. En La esquina de los ojos rojos, Rafael Ramírez Heredia, da la otra cara de Tepito, el actual, el violento, que se convulsiona entre balazos, pobreza, sangre y el culto a la Santa Muerte.

De esta manera en 1951 comienza un proceso de institucionalización del arte y la cultura que tienen su origen en el denominado Barrio Bravo. En ese año, el 7 de diciembre, fue fundada por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) la Galería José Clemente Orozco en homenaje al artista que entonces cumplía dos años de haber fallecido. Fernando Gamboa, en su calidad de director del Departamento de Artes Plásticas del INBA, fue el iniciador de este proceso al anunciar su propósito de descentralizar y difundir el arte a toda la ciudad por medio del programa de galerías populares.

Así, el inmueble, que de 1947 a 1950 funcionó como bodega del INBA, fue adaptado para convertirse en galería de arte. La primera exposición realizada fue una colectiva que mostró el trabajo de Diego Rivera, Juan O’Gorman, Dr. Atl, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo y José Clemente Orozco.

Julián Ceballos Casco, pintor del barrio, recuerda: “Para mi fue importante la galería porque chueco o derecho, me motivó a ver la vida de otra manera, a ver cosas que existen y que de otra forma no hubiera tenido acceso a ellas”.

Para 1962 la Galería cambiaba de nombre a José María Velasco y pretendía albergar a los artistas que surgían de entre las vecindades y talleres de oficios. Daniel Manrique, muralista callejero, junto con un grupo de artistas que habían sido excluidos del Jardín del Arte, entre los que se encontraban Bernal y Casco, consiguen, gracias al mecenazgo de un colega que había andado por “Las europas” y con “palancas” en las instituciones culturales de la época, una exposición en la galería.

Entre alcohol, prostitutas y arte te encuentres

Con un gesto de nostalgia, Casco le da un par de caladas al cigarro, se rasca la cabeza e intenta, mientras mira a través de la pequeña ventana en su estudio, recordar las emociones vividas en la exposición.

“Fue una pachanga, música afroantillana, chupe, mucha gente y algunas prostitutas que percibieron la identidad del ambiente. Ha sido la única vez que en esa galería hay tales tumultos, con gente muy ‘especial’ para este tipo de eventos sociales. No eran las personas que ‘saben de esas cosas’. No, esa noche fue muy especial, porque el acto creativo no radicaba fundamentalmente en los objetos que allí se exponían: había puertas viejas de vecindad, camas destartaladas, la pared del cuarto de servicio, sanitario con todo y sus frases de ingenio popular, escaleras, guantes de box, música tropical. Lo importante era que la gente, integrándose a esos objetos, reproducía su ambiente, su realidad social”.

Daniel Manrique por su parte escribió: “La galería estaba a reventar de tal modo que ya la aglomeración estaba a media calle. Uno de los invitados especiales fue Ramón Rojo «La Changa», que ya en ese entonces era famoso, pero que tiempo después se convertiría en «El rey de los sonideros» [...] y ahí se armó el desmadre del baile, toda la gente que normalmente jalaba la Changa más toda la gente que llegó por la exposición bailaron hasta el hartazgo, lo clásico de los bailes de las vecindades y las calles del barrio, rifando nada más la música rítmica guapachosa”

Y agrega: “Conozca México, visite Tepito fue un éxito que rebasó todos los límites que nosotros ni siquiera imaginábamos. Nadie de la crítica especializada en arte habló nada, pero en todos los periódicos se habló del evento.”

Pero había una especie de conspiración de los medios o de la política porque en una ocasión una reportera, Emilia Rosal, les dijo: «Muchachos, lo que ustedes están haciendo está padrísimo, esto en el grupo tendría un pegue -blah, blah, blah- pero no se puede hablar de esto, no se puede hablar de la cultura de la pobreza». Incluso decomisaron carteles que el grupo pegába por el barrio; uno de rezaba “Quien no conoce Tepito no conoce México” y eso “les movió el tapete”, recuerda Alfonso Hernández.

A partir de la exposición “Conozca México…” y la creación en los años ochenta del Centro de Estudios Tepiteños, editor del periódico El Ñero, “un periodiquito chipocludo y picudo y también algo groserón, porque si no, no sería el órgano pelado de la raza tepiteña”, como reza su lema, el movimiento cultural Tepito Arte Acá surge por la necesidad de los habitantes del barrio de generar una identidad propia y bien definida frente al monstruo urbano que les rodea y de esta manera responder a las exigencias planteadas por la vida diaria dentro de este arrabal situado en el primer cuadro de la Ciudad de México.


El mundo también lleva su Tepito dentro

Después de la gran exposición “Visite México…” Julián Ceballos Casco, Daniel Manrique y Gustavo Bernal toman la iniciativa de pintar de historia al barrio. Toman las vecindades como lienzos, y comienzan a inundarlas de color, formas humanas y denuncia. Cada muro representaba algún sentimiento de olvido, de desamparo; las clases obreras convivir con la opulencia en un contraste pictórico. El mural que representó la transcontientalidad del movimiento se ignaguró en Noviembre de 1983, con la unión de los colectivos de Tepito Arte Aca y el grupo Populart en el Instituto Francés para América Latina, a manos del embajador francés Bernard Bochet.

Antes del acontecimiento internacional, Daniel Manrique había pintado tres murales en la vecindad ubicada en la calle de Florida, ahora estos murales se encuentran sólo en fotografías, en la memoria de las manos y en los ojos que los vieron antes de derrumbarse por completo el 19 de septiembre de 1985. Pero dieron pié para que Manrique promoviera un intercambio cultural entre Francia y México.

En abril del siguiente año el colectivo representativo de México, se sube al avión para aterrizar en territorio galo. Manrique, Carlos Plascencia, Alfonso Hernández y compañía llegaron a uno de los barrios que recordaba a un no tan alejado Tepito: La Saulaie, lugar de emigrantes de diversas nacionalidades que buscaban una nueva vida, en la Ville D’ Oullins (cerca de Lyon). Ahí Daniel Manrique plasma su huella, y como tributo una de las calles del lugar se nombra: “Tepito”.

El “Casco” y el Caballete

Nacido en una vecindad, ahora convertida en tiradero de basura, dormitorio de nómadas y solar de intercambios ilegales del barrio de Tepito, en cuya dinámica social imperan las reglas no escritas pero que se cumplen al pie de la letra, el Maestro Casco, reconocido pintor, “aprendió con la Musa callejera todo eso de los pesares, complicidades, lealtades, chupes, amores y desamores, y todo aquello que profana la honra e ingenuidades chilangas”.

Así lo expresa Alfonso Hernández, cronista del barrio, quien agrega: “Acostumbrado a traer siempre en chinga a su Ángel de la Guarda, el Maestro Casco se fogueó en el oficio de saber ver y pintar los detalles de cada espacio barrial, plasmando en lienzos los rasgos finos y gruesos de sus múltiples dimensiones existenciales y variadas texturas temporales”.

Hace más de 50 años, “decoraba” los muebles, paredes, pisos y ventanas de su casa. Garabatenado con pinceles, dedos o cualquier material que permitiese un trazo, era perseguido y reprendido por sus padres. Un día caminado por la Alameda en compañía de su madre, descubre su primer reducto en donde no habría límites en sus trazos: el Grupo Cuña-Misioneros de Arte, donde se refugia en Santa María la Ribera; a los 10 años decide ser pintor.
Su primer temor a los 17; acabar como obrero en una fábrica, perder el nombre y cambiarlo por algunos dígitos que se esfumarían en un overol tiznado y un cuerpo afectado por la silicosis. Sus padres, gente trabajadora de barrio, con las manos curtidas por el trabajo físico y la actitud inamovible también temen. El arte es para los ricos y ellos no lo son ni serán.

Su hijo es un holgazán, piensan, que sale a las siete de la mañana y regresa cuando el sol se ha ocultado, malcome, mal duerme, malvive. Sumergido en libros de arte y literatura de arrabal; historietas del Santo y novelas de Hemingway; películas de ficheras y La nave va de Fellini, Casco aprehende.

Trajinando entre Bellas Artes, San Carlos, y un aprendizaje autodidacta, pinta como ve el mundo, su mundo: agreste. Entre prostitutas, vecindades abandonadas en un éxodo a nuevos horizontes en Tlateloco, La Villa, o la zona menos marginal y extranjeros prófugos de la pobreza, Casco empieza a inmortalizar escenas de la cotidianeidad en Tepito.

A los 18 años, toma la determinación de tomar clases “formales” con un maestro catalán “ahí se me abríó todo un universo diferente, otro concepto de lo que es la pintura y ahí empecé a aprender este oficio”. Casco prende el décimo cigarrillo, se enjuaga la boca con un trago de refresco.
Casco pinta el rostro preciso y los espacios vitales de este barrio popular inmerso en la tragedia urbana del Centro Histórico. En la entrevista cuenta: “
“Si los añosos zaguanes son las puertas de entrada a otros mundos, las ventanas son el mirador a otra realidad invisible para profanos. Por lo cual permanecen inalterables los vestigios de la existencia de las vecindades convertidas en la columna vertebral del barrio.”
Sus pinturas son una indudable expresión de arte aurático, donde lo que predomina es el valor de la experiencia barrial como testigo y documento vivo; contienen “aura”, porque son capaces de hacer levantar la vista y devolverle la mirada a quien las mira.

El hoy de la pintura del Barrio

“Mostrar a la nuevas generaciones la lucha creativa fuera del mainstreem, dar a conocer a un autor que, enigmático, convive en sus pinturas con el eros y el thanatos y darle lugar a las expresiones culturales gestadas en el “Barrio Bravo” de Tepito” son el motivo de la exposición : “Virgencita ahí te encargo a mi México”. Inaugurada el Viernes 21 de mayo de 2010.

Virgilio Carrillo, activista, teatrero y vendedor cultural del barrio de Tepito, tuvo una idea. A una colección particular de veinte cuadros, guardados en la buhardilla de un artista, le hacía falta luz y ser vista más allá de las mariposillas y ojos amigos. Julián Ceballos Casco, oriundo tepiteño , es el autor.

La Universidad Autónoma de la Ciudad de México, en su plantel Del Valle, abre sus puertas a un pintor irreverente, mordaz, crítico y fuera del mainstreem artístico que expone sus obras sin recelo, sin marcos, crudas y “así como van”, como es el arte, puras.

Cristina Ortega, encargada de la difusión cultural del recinto universitario, daba la bienvenida a unos cuantos asistentes. No pasan de la decena, pero cada uno revolotea entre las vecindades al óleo y autorretratos del “Casco” hipnotizados por el color rojo, marca distintiva del autor.

Para Cristina “mostrar al artista y su entorno sin ataduras, sin restricciones, que se integre al espacio de manera natural” es lo primordial. Es la primera vez que en una exposición “no ha colocado ninguna ficha de referencia a los cuadros, ni marco alguno” y esa rusticidad es lo que hace que “cobre sentido la exposición”

Ahora la Galería José María Velasco En la actualidad, la Galería ha dejado el paso a nuevos talentos, surgidos del barrio y de zonas donde el arte contracultural no ha encontrado espacios. Alfredo Matus, el actual director de la Galería ha encontrado la fórmula perfecta para continuar con la tradición iniciada en los años 70’s: realizar al año nueve exposiciones temporales, dentro de las cuales la pintura ha aprendido a convivir con la escultura, arte objeto, instalación, gráfica, performance y video entre otras disciplinas; principalmente de artistas mexicanos en activo que buscan un espacio de expresión, si necesidad de ostentar un “currículo artístico de academia”. Además, se imparten conferencias y talleres de artes plásticas y guitarra, así como visitas guiadas y actividades infantiles.

Otras voces

En 1976 surge el colectivo Peña Morelos que se dedicaba a difundir expresiones y manifestaciones que han estado vedadas. Nace por la falta de alternativas de tipo cultural para la colonia Morelos y en general para la zona norte de la ciudad. También discutían acerca del significado de la cultura popular, las condiciones de la habitación en la colonia, los ejes viales, la juventud y el problema de la educación, la drogadicción, el alcoholismo, la prostitución y la represión.

Organizaban eventos masivos en donde presentaban al grupo Los Nakos, obras de teatro del dramaturgo ruso Antón Chéjov, organizaban talleres de música popular y folclórica, así como de artes plásticas y ciclos de pláticas. Hacían obras de teatro y cortometrajes dirigidos a concientizar a la comunidad acerca de sus problemas. Compartían su camino con otras agrupaciones, tal es el caso del grupo Agosto, una formación musical de egresados de la Escuela Superior de Arte de Hanoi, Vietnam

También el grupo teatral de Virgilio Carrillo ha traído risas y conciencia política a la comunidad Tepiteña.

Tepito tiene a un exponente de las letras que ha vencido su condición marginal para convertirse en ejemplo de determinismo individual y colectivo. Se trata de Armando Ramírez quien también colaboró en las actividades de Tepito Arte Acá. Entre sus obras se encuentran las novelas Chin chin el teporocho y La noche del califas, así como la antología de cuentos Tepito; también la hace de cronista del barrio.

“Ser tepiteño es una forma de vida, para otros es un modo de ser, para la mayoría ya se convirtió en un estado mental. A pesar de ese estereotipo macabrón que le otorga el gobierno de la ciudad, Tepito es un barrio que se la sigue rifando por defender su modo de ser y su forma de vida.” Así, Alfonso Hernández no cierra el capítulo y deja que las nuevas generaciones sigan expresándose en nombre del barrio.



El maestro Julián Ceballos Casco (izq) y Alfonso Hernández (der) y familia.


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