SAFARI INTELECTUAL

Por Pablo Rodrigo Osset Enríquez
México (Aunam). “¡Condones tricolores!, ¡Que el narco desfile el 16 de septiembre! ¿Por qué no, si el PAN gobierna que al Ángel le pongan un brassiere y una Coca-Cola en mano!”. Las risas y aplausos enrojecieron a Eduardo del Río Rius mientras presentaba su nuevo libro Ni Independencia ni Revolución en el Palacio de Minería. Paco Ignacio Taibo II, copresentador, observaba el reloj de pulsera. 18:40.

El Salón de Actos del Palacio de Minería reventaba. Decenas de jóvenes con pinta de intelectuales y el desempacado libro bajo el brazo, con la esperanza de conseguir un garabato del monero, sufrían empellones, pisotones y apretujones al tratar de ganar espacio dentro del recinto. Fue imposible. Muchos quedaron afuera, levantaban cámaras y teléfonos celulares en actos circenses con tal de robar un poco de la esencia del caricaturista más emblemático de la izquierda en México.

Taibo II y Rius se divertían. Camorreaban con el auditorio y lo confrontaban a una realidad histórica: “Las guerras de Independencia y de Revolución no han dejado mas que millonarios y multimillonarios en el poder, aquéllos que lucharon fueron olvidados por los que se sentaron en la silla presidencial”.


El calor agobiaba en la sala y las miradas de preocupación por obtener la firma del autor terminaban en movimientos que reordenaban cada espacio en la sala para ganar centímetros a precio de oro.

Veinte minutos se esfumaron como una cerveza frente a un partido de fútbol, dieron las 19 horas y un grupo de Jazz se apropiaría del Salón. Un congestionamiento en ambas escalinatas del Palacio de Minería se veía inevitable. Rius, como si se tratara de una súper estrella de rock, ra rodeado por melenas despeinadas, gafas con armazón de pasta y morralitos chiapanecos.

¡Vamos a la Feria!

El enorme laberinto de letras invitaba a perderse a la llegada. Al filo del medio día, cuando el sol aporreaba la escultura de Carlos IV, la fila de ingreso a la Feria Internacional del Libro en su XXXI edición ya bordeaba el edificio de Manuel Tolsá y se perdía en la calle de Filomeno Mata.

Una voz aniñada trataba de sobresalir con un magnavoz… nadie hacia caso. El griterío de los niños, las preguntas a todo pulmón: ¿Cuántos boletos?, ¿y las credenciales?, ¿n hay programas?, y un grupo de percusionistas alegraban la fiesta literaria el sábado, penúltimo día de festejo y aún así sólo se pagan 10 pesos.

En entrada, la pasarela intelectual se presenta en la caminata con bolsas de editoriales, plumas, llaveros y separadores, que pretenden demostrar que: “nosotros somos una familia que lee mucho”, mientras las humildes versiones del “Quijote” y “Tom Sawyer” en Selector se asoman burlonas, junto a un manual para ser feliz.

Caminar despacio entre los 750 stands sin mirar sus viandas culturales es imposible. Manosear los libros, ojearlos mientras esperas que el primer párrafo te atrape o la edecán te convenza en comprar un libro del cual no tiene remota idea hace de la experiencia un safari intelectual.

La cacería comienza desde el momento en que en el programa de mano revelas uno que otro nombre que llama. El status de universitario requiere de una preparación física y psicológica para soportar horas de espera de pie, sin alimentos, para finalizar con un rápido vistazo al ídolo cultural, Rius se convertirá en presa.

El aguardo puede amortiguarse paseándose por el Palacio del siglo XVIII, y admirando su estructura cubierta por títulos de editoriales mexicanas y extranjeras, murales abrigados con playeras del Che y Marcos.

La democracia en el recinto es total. Editoriales de corte religioso o revolucionario conviven en paz; unas zapatistas, otras gubernamentales, más allá de organismos internacionales y, por doquier, versiones de los clásicos para cualquier tipo de bolsillo retoman la prehispánica idea del tianguis, aunque el único intercambio que se da es el monetario. Y es así como un libro de 20 pesos en rebaja no se siente ofendido si a su lado se encuentra la versión en Anagrama diez veces más caro.

Después de un par de horas, cuando la tripa empieza a removerse de impaciencia, los ríos de gente se dirigen a la insuficiente, costosa y mediocre cafetería que espera recibir a más de 100 000 personas en una semana; fueron 131 mil ,187 personas las que desfilaron entre libros, música y conocimiento, las que contabilizó el comité de organización. Al final el indiscutible lunch logra franquear la revisión de mochilas.

Las filas interminables empiezan a desaparecer junto con el sol. La flor de lona que cubre el patio principal, se inunda con las luces artificiales. Caras sudorosas y cansadas se empiezan a refugiar tras libros desnudos de plástico. Las escalinatas de piedra se han convertido en sala de lectura. El safari está por concluir, los trofeos relucen en celofán, en una cámara Reflex, o un rayón inteligible en una contraportada.

Una última sorpresa nos depara el Centro de la Ciudad: a pocos metros del Palacio de Minería, sobre Filomeno Mata, una bodega se yergue con un majestuoso cartel: “XXXI Feria del Libro Usado y de Ocasión”, tal parece que habrá un Safari a las ocho de la noche.




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